miércoles, 28 de noviembre de 2012

APROXIMACIÓN AL ESTUDIO DE LAS RIMAS



LAS RIMAS DE BÉCQUER


Estudiaremos catorce: I, II, IV, VII, XI, XIII, XV, XXIV, XXX, XLI, LIII, LXI, LXVI  y LXXIII.

            Sobre el número y la numeración:
            La primera edición de las Obras, publicada póstumamente por los amigos de Bécquer en 1871, contiene setenta y seis rimas, cada una de las cuales lleva por título un número romano, I, II, III, etc. Esta parte poética está basada en la sección del manuscrito del Libro de los gorriones que lleva como título “Poesías que recuerdo del libro perdido”, y que contiene setenta y nueve, todas tituladas con número arábigo; 1-79. Además de la eliminación de tres rimas del manuscrito, la primera edición publicada tiene una ordenación distinta, hecha por los amigos.

            Estructura de las 76 rimas:[1]
            La reordenación de las 76 Rimas constituye, en su conjunto, un solo gran poema que descubre una historia de amor. Aunque cada una de las rimas representa una unidad en sí misma, y así deber ser leída y apreciada, no es menos cierto que cada una desempeña un papel importante en su función intensificadora de las otras rimas de la secuencia. En sus temas o motivos más generales, la colección empieza con una etapa de anhelo erótico que llega a su culminación feliz, pero que pasa muy pronto al desengaño y termina en la soledad más abyecta y desesperanzada. Este desarrollo temático de las Rimas –subida, llegada feliz, bajada- resulta un tanto irregular, puesto que varias composiciones caen fuera del patrón. Sin embargo, el conjunto corre paralelamente a lo que se sabe de la biografía del poeta; individualmente, las poesías parecen responder a situaciones o incidentes particulares de su vida personal, o a sus preocupaciones más íntimas y acuciantes.
           
            Los temas de las rimas:
            El tema de las rimas I a VIII (I, II, IV, VII) (1, 2, 4, 7) es la poesía misma y la función del poeta en su creación. Algunas de estas iniciadas rimas metapoéticas[2] ya anuncian otro tema subyacente, el erótico. En efecto, la rima IX inicia el cambio de énfasis al tema del amor, al principio en su sentido más amplio y universal. Esta transición al motivo amoroso resulta suave y natural, y el tono parece afirmativo y esperanzado, puesto que para Bécquer el amor es el fundamento no sólo de su visión cósmica sino también de su labor poética. Las rimas X a XVI (XI, XIII, XV) (11, 13, 15) parecen más personalizadas, descubriendo el anhelo de amor íntimo, y las XVII a XXIX (XXIV) (24), de tono alegre, diríase eufórico, marcan su culminación feliz. Las rimas XXX a XLI (XXX, XLI) (30, 41) revelan el doloroso proceso del desengaño amoroso, llegando a su culminación de aturdimiento en las rimas XLII y XLIII. Las restantes rimas (LIII, LXI, LXVI y LXXIII) (53, 61, 66 y 73) representan, en orden algo irregular, la intensificación del dolor y del tono angustiado del desengaño, mediante las siguientes actitudes: condolencia; ironía amarga; autocompasión, deseo de evasión y de aniquilamiento; admonición a la amada como reacción a su agravio; empatía o conciencia del sufrimiento de la agraviadora; consuelo en el propio padecimiento como mal menor; estoicismo; sensación de abandono y desesperanza; temor primero y luego anhelo anta la perspectiva de la muerte.

I


1              Yo sé un himno gigante y extraño
que anuncia en la noche del alma una aurora,
y estas páginas son de este himno
cadencias[3] que el aire dilata en las sombras.

5             Yo quisiera escribirle, del hombre
domando el rebelde, mezquino idïoma,
con palabras que fuesen a un tiempo
suspiros y risas, colores y notas.

Pero en vano es luchar; que no hay cifra
10          capaz de encerrarlo, y apenas, ¡oh hermosa!,
si, teniendo en mis manos las tuyas,
pudiera al oído cantártelo a solas.


            Esta composición, que sirve de introducción a las Rimas, lamenta la condición casi inefable de la poesía. Ese himno que el poeta lleva en sí es “gigante y extraño”, inmenso pero inasequible en su totalidad. Sólo quedan de él ráfagas, cadencias, notas perdidas, cosas muy leves e impalpables que pueden sugerirse pero no expresarse. El poeta se halla constreñido por la palabra.
            A diferencia del tipo de poeta romántico egoísta y vocinglero, que culpa a los demás seres del mundo por no comprenderlo, Bécquer confiesa y lamenta modestamente su propia impotencia para expresar y comunicar adecuadamente lo que siente.
            Formalmente, el poema está elaborado en tres cuartetos de versos de arte mayor, alternando decasílabos con dodecasílabos. Por tratarse de versos relativamente largos, la rima asonantada en o-a sólo en los pares, queda así aun más suavizada.

2-4 en la noche del alma una aurora; / ... / ... en las sombras. Empleo de imágenes claroscuristas de tipo pictórico (nos recuerda que Bécquer fue pintor antes que poeta).
5 escribirle. El pronombre de complemento directo le se refiere al himno.
5-6 del hombre / domando el rebelde, mezquino idioma. Bécquer emplea hipérbaton y con suma maestría en las Rimas. Generalmente, su uso produce efectos rítmicos, además de dar énfasis a determinadas palabras claves, arreglándolas en sitio privilegiado de acentuación. Este es el caso de idioma aquí, que además de llevar la diéresis que justifica el dodecasílabo, se encuentra al final de verso, donde rima en asonancia con nota.
v-8 suspiros y risas, colores y notas. Alusión a los componentes esenciales de la poesía becqueriana: sentimiento, color y música. (Bécquer cultivaba las tres artes).
vv. 9-10 Pero en vano es luchar; que no hay cifra / capaz de encerrarlo, ... Idea sobre la inefabilidad de la poesía, manifestada por Bécquer en sus escritos teóricos. En la “Introducción sinfónica” que encabeza El libro de los gorriones, escribe: “Pero, ¡ay, entre el mundo de la idea y el de la forma existe un abismo que sólo puede salvar la palabra; y la palabra tímida y perezosa se niega a secundar sus esfuerzos!” Cifra: palabra, escritura.
vv.10-12 y apenas, ¡oh hermosa!, / ... / ...al oído cantártelo a solas. Ya en esta composición inicial, cuyo tema es la poesía misma, se establece un lazo con el motivo amoroso, que eventualmente dominará la mayor parte de las Rimas. Se establece además el tono intimista del poeta, iniciado por el suave toque de las manos con la potencial receptora del poema, y articulado en sordina, como secreto cuchicheado a su oído.


II (2)

1                   Saeta que voladora
Cruza arrojada al azar,
y que no se sabe dónde
temblando se clavará;

5       hoja que del árbol seca
arrebata el vendaval
sin que nadie acierte el surco
donde el polvo volverá;

gigante ola que el viento
10      riza y empuja en el mar
y rueda y pasa, y se ignora
qué playa buscando va;

luz que en cercos temblorosos
brilla, próxima a expirar,
15      y que no se sabe de ellos
cuál el último será;

eso soy yo que el acaso
cruzo el mundo, sin pensar
de dónde vengo ni adónde
20         mis pasos me llevarán.

Este romance encuartetado y agudamente asonantado se desarrolla a base de una metáfora, descomunalmente extendida en su primer componente vv. 1-16) y por tanto desequilibrada. El referente, o segmento de identificación personal “eso soy yo”, queda aplazado enigmáticamente casi hasta el final (v-17), debido a la gran variedad de elementos citados en la primera parte de la metáfora, saeta, hoja, gigante, ola, luz; de esta manera incrementa así la expectativa de su revelación.
Cada cuarteta sigue un patrón sintáctico relativamente invariable, que consta de sustantivo (pronombre yo en la última cuarteta) + relativo + verbo principal + relativo + verbo secundario con terminación aguda. La reiteración o acumulación de tantos y tan diversos elementos con fin indeterminado (no se sabe dónde…/ sin que nadie acierte…, etc.), enunciados en las cuatro primeras cuartetas, prepara la sensación de desconocimiento del destino personal (sin pensar / de dónde vengo ni a dónde / mis pasos me llevarán), tema central sintetizado con vigor contundente en la última estrofa. La semejanza de patrón sintáctico de estas cuatro primeras cuartetas, todas ellas iniciadas por un sustantivo, produce una similicadencia de letanía, asincopada sólo en el último segmento del poema por el referente eso soy yo. Esta única variante de inicio de estrofa rompe la similicadencia anterior y prepara, con máximo vigor, el desenlace final.
Con ésta se inicia una serie de cuatro rimas, II a V, que en su técnica siguen el mismo o semejante sistema extendido de segmentos verbales reiterativos.       
V6 vendaval, viento fuerte.
V17 al acaso, al azar.

                                           IV (4)
1        No digáis que agotado su tesoro,
de asuntos falta, enmudeció la lira.
Podrá no haber poetas; pero siempre
         Habrá poesía.

5       Mientras las ondas de la luz al beso
palpitan encendidas,
                   mientras el sol las desgarradas nubes
                            de fuego y oro vista,
                   mientras el aire en su regazo lleve
10                          perfumes y armonías,
mientras haya en el mundo primavera.
         ¡habrá poesía!

Mientras la ciencia a descubrir no alcance
las fuentes de la vida,
15          y en el mar o en el cielo haya un abismo
que al cálculo resista;
                   Mientras la humanidad, siempre avanzando,
                            no sepa dó camina;
                   mientras haya un misterio para el hombre,
         20               ¡habrá poesía!

                   Mientras sintamos que se alegra el alma
                            sin que los labios rían;
                   mientras se llore sin que el llanto acuda
                            a nublar la pupila,
         25     mientras el corazón y la cabeza
                            Batallando prosigan;
                   Mientras haya esperanzas y recuerdos,
                            ¡habrá poesía!
           
Mientras haya unos ojos que reflejen
30               los ojos que los miran;
mientras responda el labio suspirando
       al labio que suspira;
mientras sentirse puedan en un beso
     dos almas confundidas;
35     mientras exista una mujer hermosa,
         ¡habrá poesía!


         Toda la rima IV es un grito de desafío a los que desacreditan a la poesía, un himno de fe, lanzado a los infieles que se atreven a desconfiar de esta realidad que es la vida misma del poeta. Parece como si el poeta, frente a un grupo de contertulios que esgrimen sus argumentos escépticos, les lanzara un grito triunfal.
            [Recordemos que la época en que Bécquer escribe su poesía –la década de 1860 a 1870- es un periodo de fuerte énfasis materialista, con la correspondiente disminución de importancia concedida a valores artísticos o espirituales.][4]
            Esta rima, de tono sentencioso y eufórico, está estructurada en dos partes, pero de tamaño marcadamente desigual. La primera resulta brevísima, formada sólo por la copla inicial en que se establece el tema, el aspecto eterno de la poesía.
            La segunda parte, formada por todas las cuatro estrofas (casi estancias) restantes y dominada por la anáfora, mientras..., glosa o elabora la copla inicial. La primera de estas estrofas (vv. 5 a 11) representa la naturaleza que se percibe por los sentidos; la segunda versa sobre el misterio que estimula el intelecto; la tercera trata de la complejidad paradójica de las emociones humanas; la última, de la ternura recíproca del amor mutuo. Esta progresión señala una especie de crescendo de acercamiento constante, desde lo general o abstracto hacia lo íntimamente humano. La colocación de la mujer hermosa en sitio privilegiado, casi al final de la última estrofa –la más íntima y sensual- e inmediatamente delante del breve estribillo exclamatorio que cierra la composición, hace hincapié en la ecuación vital becqueriana, desarrollada en las Cartas literarias a una mujer: mujer=sentimiento=poesía.
V 2 de asuntos falta, carente de asuntos.
V 5 de la luz al beso, hipérbaton: “al beso de la luz”.
V12 ¡habrá poesía! El ritmo martillante, producido por el reiterado patrón sintáctico de las casi estancias, anafóricas y rematadas por este estribillo de afirmación enérgica, aumenta en intensidad acumulativa de estrofa en estrofa. Cobra su máxima resonancia relacionando con el tema erótico en la estrofa final, con la última exclamación del estribillo triunfal en el postrer verso del poema.
V15 y en el mar... Es el único caso en que el poeta rompe el patrón anafórico con mientras, quizá para mitigar la posible monotonía.
V18 a dó, adónde.


      VII (7)


1             Del salón en el ángulo oscuro
de su dueño tal vez olvidada,
silenciosa y cubierta de polvo,
         veíase el arpa

5             ¡Cuánta nota dormía en sus cuerdas,
como el pájaro duerme en las ramas,
esperando la mano de nieve
                   que sabe arrancarlas!

10          -¡Ay! –pensé-. ¡Cuántas veces el genio
así duerme en el fondo del alma,
y una voz, como Lázaro, espera
que le diga: “Levántate y anda”!

            Los críticos han visto semejanza entre esta rima y un fragmento poético de la comedia Á quoi rêvent les jeunes filles, de Alfred de Musset. Tanto en el autor francés como en la composición becqueriana, la alegoría de la inspiración poética se desarrolla en torno a lo que parece ser una estampa o un cuadro pintado. Es la imagen inmóvil de un instrumento musical, inactivo por haber sido abandonado y olvidado (cubierta de polvo, v.3) Esta sensación de quietud, aumentada por el dominio del verso de arte mayor, representa un marcado contraste con el cientismo a veces vertiginoso de la rima V.
            En la primera estrofa, la descripción progresa –en forma de triángulo invertido o de embudo- desde lo general (salón, ángulo) hasta lo específico (el arpa). El objeto de enfoque, el arpa, queda doblemente destacado: primero, por hallarse en verso quebrado, que sorprende al oído, precipita la rima en a-a y remata la oración; segundo, por su colocación al final de este verso, sitio privilegiado y reverberante.
V1 Del salón en el ángulo oscuro. Es el hiperbaton más conocido de los numerosos que emplea Bécquer en sus rimas, y tal vez el más famoso de toda la poesía escrita en lengua castellana.
V7 esperando la mano de nieve, claro es, la mano de una mujer bellísima, fuente encarnada de la inspiración poética.
V11 Lázaro, según la Biblia, fue un judío de Betania a quien resucitó Jesucristo. Al llegar Jesús a la sepultura donde yacía el difunto desde hacía cuatro días, mandó quitar la losa y, dando gracias a su Padre, gritó: “Levántate Lázaro, y ven a mí”. Al instante salió el que estaba muerto. Esta asimilación del poeta a lo divino recuerda la función decisiva que tiene él en el desenlace de las rimas III y V (en la III, tras describir la inspiración primero y después la razón, finaliza así: Con ambas siempre en lucha,/y de ambas vencedor,/tan sólo al genio es dado/ a un yugo atar los dos”) (en la V, describe al Yo poético en un largo poema que finaliza así: “Yo, en fin, soy ese espíritu,/desconocida esencia,/perfume misterioso,/de que es vaso el poeta.
V12 que le diga: “Levántate y anda”! Este decasílabo de remate, rompe el patrón de las dos estrofas anteriores, ambas formadas por tres decasílabos seguidos de un quebrado hexasílabo. Para prestar más claro énfasis a su mensaje y dramatizarlo, el poeta ensancha el postrer verso de su poema, en forma imperativa.

XI (11)


1              Yo soy ardiente, yo soy morena,
yo soy el símbolo de la pasión;
de ansia de goces mi alma está llena.
¿A mí me buscas? –No es a ti; no.

5             - Mi frente es pálida, mis trenzas de oro;
puedo brindarte dichas sin fin;
yo de ternura guardo un tesoro.
¿A mí me llamas? –No; no es a ti.

- Yo soy un sueño, un imposible,
vano fantasma de niebla y luz;
soy incorpórea, soy intangible;
no puedo amarte. -¡Oh, ven; ven tú!

            En la “Introducción sinfónica” que encabeza El libro de los gorriones, Bécquer escribe: “Me cuesta trabajo saber qué cosas he soñado y cuáles me han sucedido. Mis afectos se reparten entre fantasmas de la imaginación y personajes reales. Mi memoria clasifica, revueltos, nombres y fechas de mujeres y días que han muerto o han pasado, con días y mujeres que no han existido sino en mi mente”.
           
Algunos críticos (Rafael Montesinos) señalan la importancia de varias mujeres en la vida del poeta (No sólo Julia Espín, su mayor fuente de inspiración, o su esposa Casta Esteban). Sin embargo, en el momento de la historia amorosa del protagonista ficticio de las Rimas indicado por la rima XI, la mujer ideal y deseada sigue aún inexistente, producto vago de sus ensueños.
            En otro nivel de interpretación de esta rima, otros críticos señalan que esta mujer fantástica, incorpórea e intangible, preferida pero inasible, se convierte en símbolo del ideal poético, de la expresión poética misma. De hecho, al relacionar el aspecto inefable de la poesía con la mujer inalcanzable, Bécquer le escribe a su lectora ficticia que “poesía es, y no otra cosa, esa aspiración melancólica y vaga que agita tu espíritu con el deseo de una perfección imposible” (Cartas literarias a una mujer).
            Temáticamente, esta composición de desenlace infeliz se basa en un contraste. En las dos primeras estrofas, mujeres aparentemente reales y a todas luces deseables tratan de incitar y animar al poeta; en la tercera el fantasma aludido intenta desanimarlo: soy incorpórea, soy intangible; / no puedo amarte. En vista de este insistente autodesmerecimiento y disuasión por parte de la mujer fantasmagórica, la respuesta final de la voz poética, positiva después de dos negaciones: - ¡Oh, ven; ven tú!) sorprende por ser paradójica, dejando pensativo al lector.
            La estructura de esta alegoría dramatizada a tres voces (más la del poeta) anticipa semejante diálogo polifónico en la rima LXXII (en la que aparecen con estructura de drama tres voces).
            Aquí el poema está concebido como una serie de tres brevísimos diálogos sobre el mismo tema de atracción erótica, moldeados en tres cuartetos decasílabos, muy semejantes en sus patrones lingüísticos y matemáticamente divididos en hemistiquios pentasílabos, todos iguales. Para justificar las cinco sílabas, el poeta se vale en algunos casos de la palabra esdrújula ante la cesura (vv. 2, 5, 11). Esta nítida división celular produce un ritmo entrecortado y enfático, propio de una situación animadamente dialéctica y tensa en que siempre resulta clara la contundencia de las respuestas agudas. Otro aspecto llamativo deriva del patrón de la rima. En vez del empleo de asonancia sólo en los versos pares, que es lo común en Bécquer, aquí introduce rima aconsonantada en los impares (morena, llena; oro, tesoro; imposible, intangible), incrementando así el elemento mélico y similicadente de la composición.
            Estilísticamente, llama la atención la reiteración y el encadenamiento de sintagmas similares, paralelísticamente construidos (Yo soy ardiente, yo soy morena, / yo soy el símbolo... / ... / - Yo soy un sueño...), además de la apóstrofe enfática y decisiva, a modo de estribillo, que anuncia el fin de cada estrofa: - No es a ti; no. /... / -No; no es a ti. /.../ -¡Oh, ven; ven tú!.
1-.2 – Yo soy... yo soy.../ yo soy... La anáfora, tanto horizontal como vertical, recalca la insistencia agresiva de la mujer morena, apasionada y tentadora. La resurrección de esta misma forma verbal, soy, nada menos que tres veces en la última estrofa (tras su desaparición total en la segunda) recalca el vigor del esfuerzo por desanimar a la voz poética en su busca, aparentemente irracional, de una ilusión. Semejante motivo, de un protagonista que corre delirante o demente tras una mujer quimérica, surge varias veces en la prosa y en la poesía becqueriana.


                          XIII (13)

1              Tu pupila es azul y, cuando ríes,
su claridad suave me recuerda
         el trémulo fulgor de la mañana
                que en el mar se refleja.

5             Tu pupila es azul y, cuando lloras,
las trasparentes lágrimas en ella
se me figuran gotas de rocío
      sobre una violeta.

                   Tu pupila es azul y, si en su fondo
10          como un punto de luz radia una idea,
me parece en el cielo de la tarde
     una perdida estrella.
            Esta rima XIII es la segunda de la trilogía compuesta por la XII, XIII y XIV, cuyo motivo principal es el atractivo fascinante que tienen para Bécquer los ojos femeninos, tema recurrente en sus leyendas y otras narraciones (“Los ojos verdes”, “Un boceto natural”, etc.) Esta rima XIII es la primera publicada de Bécquer. Apareció en La Nene en diciembre de 1859, con el subtítulo Imitación de Byron. En el mismo número aparece una traducción del poema que imita. La segunda estrofa becqueriana parece una traducción literal de un fragmento del citado poema baironiano:

                        Y saw thee weep. The big bright tear
                        Came o’er that eye of blue.
                        And then methought it did appear,
                        A violet dropping dew.

            Formalmente, el poema becqueriano representa tres estrofas de tamaño y desarrollo sintáctico iguales, cuartetos asonantados cada una, en que los tres endecasílabos iniciales parecen estar montados sobre un heptasílabo. Esta particular unidad estrófica aparece tan frecuentemente en las Rimas que los críticos han dado en denominarla: “la estrofa becqueriana”.
            Desde la primera rima publicada se vislumbra la preferencia del poeta sevillano por una notable simetría formal, no sólo estrófica, sino también en el empleo de ciertos patrones sintácticamente semejantes o idénticos. Observamos que cada una de las unidades estróficas de este poema representa un solo periodo gramatical, iniciado en cada caso por el sintagma anáforico Tu pupila es azul y... Aquí y en otras rimas, el empleo de construcciones paralelísticas y la semejanza, tanto conceptual como formal, de una en otra estrofa produce una sensación reiterativa y acumulativa que impacta al lector con la plenitud de su máxima resonancia al final del poema.
            3 trémulo, temblante; fulgor, brillo.


                                               XV (15)

        1        Cendal flotante de leve bruma,
                   rizada cinta de blanca espuma,
                            rumor sonoro
                            de arpa de oro,
5             beso del aura, onda de luz,
eso eres tú.
                  
                   Tú, sombra aérea, que cuantas veces
                   voy a tocarte te desvaneces
         10      como la llama, como el sonido,
                   como la niebla, como el gemido
                            del lago azul.

                   En mar sin playas onda sonante;
                   en el vacío cometa errante;
                            largo lamento
15                          del ronco viento,
ansia perpetua de algo mejor,
         eso soy yo.

¡Yo, que a tus ojos, en mi agonía
los ojos vuelvo de noche y día;
20         yo, que incansable corro y demente
tras una sombra, tras la hija ardiente
         de una visión!

         Esta rima sobre el tema del ideal inasible, también se presta a una interpretación en dos niveles: el literal, amoroso, y el simbólico, de la perfección poética. Las imágenes desmaterializadas e impalpables, referentes a la mujer, físicamente inasequibles, se ajustan al concepto de la perfección poética como meta inalcanzable.
            Originalmente, la composición fue publicada en el periódico Correo de moda, en octubre de 1860, bajo el título “Tú y yo. Melodía”. La división conceptual antitética, “tú / yo” (las antítesis son frecuentes en la obra becqueriana), se refleja en la estructura paralela bipartita: las dos primeras estrofas, pertenecientes a , tienen su contrapeso exacto en las dos últimas, que corresponden a yo. Esta división bipartita conceptual y formal está recalcada por la colocación de estos dos pronombres personales en idéntico puesto de remate, después del único verbo y al fin de la estrofa: ...eres tú. / ...soy yo.
            Contribuyen al aspecto mélico y al marcado compás regular de la composición varios elementos rítmicos y sonoros. Primero, la invariable elaboración pentasilábica, tanto en los versos como en los hemistiquios, que produce una regularidad digna de una partitura. Segundo, en determinados versos pareados, el empleo de rima consonante, que les presta cierta regularidad cadenciosa. Por último, la clausura tajante al final de cada estrofa del verso quebrado con terminación aguda rompe sintagmas paralelísticos reiterados, resonando con toda su fuerza repentina y contundente.
1 Cendal, tela fina y traslúcida.
5 aura, brisa.


                                    XXIV (24)

1              Dos rojas lenguas de fuego
que a un mismo tronco enlazadas,
         se aproximan, y al besarse
forman una sola llama;

5             dos notas que del laúd
a un tiempo la mano arranca,
         y en el espacio se encuentran
y armonïosas se abrazan;

dos olas que vienen juntas
10          a morir sobre una playa,
y que al romper se coronan
con un penacho de plata;

                   dos jirones de vapor
                   que del lago se levantan,
15          y al juntarse allí en el cielo
forman una nube blanca;

                   dos ideas que al par brotan,
                   dos besos que a un tiempo estallan,
                   dos ecos que se confunden...,
         20     eso son nuestras dos almas.

            Inicialmente, esta rima fue publicada bajo el título “Dos y uno”. Aunque no contiene pretensión religiosa, la imagen candente inicial (Dos rojas lenguas de fuego, v. 1) y la irresistible aspiración de fusión amorosa entre dos almas (v. 20) recuerda la poesía mística. Estructuralmente, la composición se desarrolla en torno a una sola metáfora –muy extendida, compleja e invertida- cuyo indispensable elemento de equivalencia, son nuestras dos almas, queda postergado, para mayor eficacia, hasta el verso final.
            Siguiendo una estructura de concatenación estrófica, el patrón sintáctico dominante de cada una de las unidades es dos + sustantivo + relativo + el verbo que unifica los elementos binarios: Dos rojas lenguas de fuego / que... / se aproximan, etc. Este sistema de unificación de las esencias del mundo natural logra su máxima condensación, acumulación y humanización en los tres primeros versos anafóricos de la estrofa final (dos ideas que... / dos besos que... / dos ecos que..., vv. 17-19). El crescendo producido por esta seriación prepara, con suma eficacia, la clausura de la extendida metáfora unificadora del poema, papel reservado para el último verso (eso son nuestras almas).
            El empleo de imágenes desmaterializadas, fugaces y cinéticas sacadas de la naturaleza –lenguas de fuego, jirones de vapor, notas de laúd, olas que se rompen- tipifica el delicado ropaje aéreo con que Bécquer suele revestir y alegorizar el sentimiento. Las imágenes de la estrofa final muestran el óptimo grado de desmaterialización –ideas, besos, ecos, almas- enfatizando así el plano espiritual de la fusión amorosa.
            Igual que la rima XI, Yo soy ardiente..., ésta se puede interpretar en dos niveles. El literal representa la fusión del alma del poeta con la de la mujer ideal o pretendida. En un nivel figurado, la unión de los varios elementos universales, rematados por las dos almas, puede simbolizar la deseada fusión del poeta con su mundo poético.
2 y al besarse/ ... El ósculo de las lenguas de fuego en este verso y el abrazo de las notas musicales en v.8 son metagoges que corresponden al concepto becqueriano de que “el amor es la suprema ley del universo”, y que la experiencia erótica humana –los dos besos del v. 18- es una consecuencia natural de la irresistible atracción universal entre materias, ideas y acciones. Esta misma idea domina la rima IX, “Besa el aura que gime blandamente”.


               
XXX (30)

1              Asomaba a sus ojos una lágrima
y a mi labio una frase de perdón;
habló el orgullo y enjugó su llanto,
y la frase en mis labios expiró.

5             Yo voy por un camino, ella por otro,
pero al pensar en nuestro mutuo amor,
yo digo aún: - ¿Por qué callé aquel día?
Y ella dirá: - ¿Por qué no lloré yo?

            En la trayectoria de la historia amorosa dibujada en las Rimas, tal y como fueron ordenadas por los amigos del poeta, esta escena, tierna e íntimamente dramática, marca la desavenencia y ruptura entre los dos amantes, que se van por sendas separadas. Para el poeta, el incidente descrito en la primera estrofa señala el comienzo del desengaño en sus relaciones. En la vida real, Bécquer imaginaba su pasión y el correspondiente dolor causado por la separación de ellos compartidos por Julia Espín. Ella, sin embargo, sentía sólo indiferencia, incluso desprecio, hacia el pobre y tímido poeta.
            El poema se desenvuelve en dos cuartetos endecasílabos. La rigidez de esta estructura remeda la callada obstinación irrevocable de sus protagonistas antagónicos. En los versos pares, la rima asonante aguda a base del sonido lúgubre, o, enfatiza onomatopéyicamente el carácter triste, dolorosamente punzante del poema.
            Hay una correlación progresiva bimembre que Bécquer emplea en cinco de sus Rimas. Aquí la correlación traza la semejanza y simultaneidad de acciones que descubren una triste paradoja: la identidad del sentimiento de arrepentimiento y deseo de reconciliación compartidos pero, desafortunadamente, no expresados por los amantes en pugna. Este afán mutuo de reparar agravios anteriores se parece a dos líneas geométricas, rectas y paralelas, que siguen la misma dirección pero que nunca se juntan, puesto que han sido irrevocablemente separadas por el orgullo, v3.
2 habló el orgullo. Bécquer le proporciona la debida importancia a la palabra clave de esta triste situación –el orgullo- personificándola.
            A base del insistente desarrollo paralelístico, la rima becqueriana adquiere un gran dramatismo íntimo e impactante. (Algunos críticos señalan en esta rima la influencia de Hein, y la superación del mismo).

                          XLI (41)

1        Tú eras el huracán, y yo la alta
Torre que desafía su poder.
Tenías que estrellarte o abatirme!...
¡No pudo ser!
5       Tú eras el Océano y yo la enhiesta
                            roca que firme aguarda su vaivén.
                            ¡Tenías que romperte o que arrancarme!...
                                      ¡No pudo ser!

                            Hermosa tú, yo altivo; acostumbrados
10      uno a arrollar, el otro a no ceder;
                            la senda estrecha, inevitable el choque...
                                      ¡No pudo ser!

         Otra vez la voz poética se dirige directamente a la antigua mujer requerida en eta rima que guarda cierta semejanza espiritual con la XXX, “Asomaba a sus ojos una lágrima / y a mi labio una frase de perdón”. Allí habló el orgullo, poniendo fin a cualquier tentativa o esperanza de reconciliación entre los dos amantes en pugna. Aquí, sobre todo en la última estrofa, se nota intensificado el mismo obstáculo de egoísmo y obstinación: Hermosa tú, yo altivo, etc.
            Es una leve variante de la llamada estrofa becqueriana –tres endecasílabos seguidos por un solo heptasílabo- en estos cuartetos los endecasílabos van montados sobre un pentasílabo. La reiteración de este mismo verso quebrado, al final de cada estrofa a modo de estribillo, produce la fuerza acumulativa de un eco, que adquiere su mayor resonancia efectista y terminante en la clausura del poema.
           

Esa rima se desenvuelve a base de una serie de oposiciones o contrastes, que representan la fuerza de carácter y del orgullo de los dos amantes. La serie de antítesis parece acumularse en un crescendo intensificador, hasta llegar a su clímax en la estrofa postrera. Allí, como es muchas veces su costumbre, el poeta prepara la última repetición perentoria de su estribillo, ¡No pudo ser!, aumentando el suspense en el penúltimo verso por una pausa asincopada, rítmicamente eficaz, representada por los suspensivos: inevitable el choque.../ ¡No pudo ser!.
            La estructura sintáctica de las dos primeras estrofas se desarrolla mediante el mismo patrón. Cada una empieza en su primer verso con dos metáforas hiperbólicas, representando elementos de la naturaleza en pugna titánica. (Tú eras el huracán, yo la alta / torre...; Tú eras el océano, yo la enhiesta / roca) correlatos objetivos de la riña entre los dos amantes. En ambos casos, el elemento de remate de la segunda metáfora (torre, v.2); roca, v.6) queda momentáneamente postergado, encabalgado al comienzo del siguiente verso. En el tercer verso de las dos primeras estrofas (vv. 3 y 7), la misma forma verbal, tenías, inicia un sintagma relativo bimembre, constituido en los dos casos por el patrón que + infinitivo + complemente pronombre personal enclítico: ¡tenías que estrellarte o que abatirme!/ ... / ¡tenías que romperte o que arrancarme!. Estos conjuntos dualísticos de infinitivos resultan separados por la conjunción disyuntiva o, indicadora de dos posibles consecuencias de la tremenda lucha entre dos voluntades firmes. Tanto este par de estrofas como la tercera quedan rematadas por la misma exclamación brevísima y resonante, ¡No pudo ser!
            En la última estrofa, el patrón sintáctico de las dos anteriores resulta desperfilado, pero la lucha entre los amantes parece intensificada y más íntimamente enfocada. Aspectos espectaculares de la naturaleza están completamente eliminados, y el elemento humano, o sea, el choque de dos voluntades inflexibles, pasa al primer plano, ocupando todo el escenario.
1-2 y yo la alta/ torre... El poeta se sirve del encabalgamiento al comienzo de cada una de sus tres estrofas (la enhiesta / roca...; acostumbrados / uno a arrollar...) Este procedimiento establece una suave fluidez rítmica, relativamente ininterrumpida en los dos primeros versos de las dos estrofas iniciales, mediante el puente ofrecido por el pronombre relativo que (vv. 2, 6). Esta fluidez resulta abruptamente arrestada en la última estrofa, donde este pronombre de enlace está eliminado, y el resultante estilo entrecortado sugiere una mayor obstinación en la lucha entre dos voluntades humanas.
9-11 Hermosa tú, yo altivo.../ .../ la senda estrecha, inevitable el choque... La acumulación de elementos antitéticos y conflictivos del último segmento resulta a la vez apretada y aumentada, por la configuración asindética de estos términos, puestos en oposición sin verbo copulativo u otra palabra de enlace.

                                           LIII (53)
1              Volverán las oscuras golondrinas
en tu balcón sus nidos a colgar,
y otra vez con el ala a sus cristales
                   jugando llamarán;
5             pero aquéllas que el vuelo refrenaban
tu hermosura y mi dicha al contemplar;
aquéllas que aprendieron nuestros nombres,
                   ésas... ¡no volverán!

                   Volverán las tupidas madreselvas
10          de tu jardín las tapias a escalar,
y otra vez a la tarde, aún más hermosas
                   sus flores se abrirán;
pero aquellas cuajadas de rocío,
cuyas gotas mirábamos temblar
15          y caer, como lágrimas del día...,
ésas... ¡no volverán!

                   Volverán del amor a tus oídos
                   las palabras ardientes a sonar;
                   tu corazón de su profundo sueño
20                         Tal vez despertará;
Pero mudo y absorto y de rodillas
Como se adora a Dios ante su altar,
Como yo te he querido..., desengáñate,
         ¡así no te querrán!

         Esta es la rima de Bécquer más universalmente conocida. El poeta adopta aquí el tema tradicional del ubi sunt y lo ajusta a una situación conmovedoramente personal, haciéndola vibrar. La esencia o el enfoque de la composición no es este tópico temporal, sino la recriminación, un tanto vindicativa, dirigida a la amada como reacción al agravio de haberlo rechazado. Envuelta en el reproche está la idea de que ella tendrá aún más de qué arrepentirse que él, puesto que no encontrará en la vida nadie que sea capaz de quererla como él la ha querido. Probablemente, en la vida real, la mujer en cuestión es Julia Espín, y de la enorme carga del dolor del rechazo desdeñoso de ella, el poeta ha forjado una canción inolvidable.
            En los versos endecasílabos del poema, resalta el dominio de pie anapesto (grupo rítmico trisilábico, compuesto de dos sílabas átonas seguidas de una tónica: --‘). En gran parte, este ritmo está logrado por el hábil empleo del hipérbaton, que lleva al verbo, en forma de infinitivo o futuro, al fin del verso. La resultante rima masculina dota a esta poesía de un ritmo especialmente vivo y expresivo.

                                LXI (61)

1             Al ver mis horas de fiebre
e insomnio lentas pasar,
a la orilla de mi lecho,
                   ¿quién se sentará?

5             Cuando la trémula mano
tienda, próximo a expirar,
buscando una mano amiga,
          ¿quién la estrechará?

Cuando la muerte vidríe
10          de mis ojos el cristal,
mis párpados aún abiertos,
                     ¿quién los cerrará?

Cuando la campanas suene
(si suena en mi funeral),
15          una oración al oírla
           ¿quién murmurará?

Cuando mis pálidos restos
oprima la tierra ya,
sobre la olvidada fosa,
20         ¿quién vendrá a llorar?

¿Quién, en fin, al otro día,
cuando el sol vuelva a brillar,
de que pasé por el mundo
            ¿quién se acordará?
            Esta rima fue publicada en el Almanaque del Museo Universal para el año 1861 bajo el título “Melodía”, seguido por el epígrafe: “Es muy triste morir joven y no contar con una sola lágrima de mujer”. La desesperada soledad en que se encuentra el poeta le hace proyectarse hacia este funesto desenlace de su vida. Vista como sinécdoque, la rima alcanza universalidad al expresar hondamente la necesidad que tiene cualquier ser humano de sentirse valioso para alguien.
           
En este breve poema, Bécquer intuye/adivina/vaticina un futuro que implica la abyecta soledad que acompañará sus últimas horas, su muerte, su entierro y el subsiguiente olvido de la gente. Cada una de las seis cuartetas del poema marca un paso en este inexorable proceso triste y desilusionante. Afortunadamente, Bécquer se equivocó al imaginar su olvido[5], ya que con el pasar de los años, la fama póstuma del poeta ha crecido enormemente, y sigue en aumento constante hasta nuestros días. (La prueba está en que lo estás estudiando en este año de 2006 en el que la literatura se desvanece en los últimos sistemas de enseñanza).
            En sus momentos de mayor desilusión y tristeza, Bécquer especuló mucho sobre el destino futuro de sus restos mortales. En Desde mi celda, Carta III, el autor indica: “Con el destino que darían a mi cuerpo es con lo que más he batallado, y acerca de lo cual he echado más a menudo volar mi fantasía”. En otra parte de la misma Carta III, indica que “se me resiste el pensar que podrían meterme en un ataúd formado con las cuatro tablas de un cajón de azúcar, en uno de los huecos de la estantería sacramental”. Referencias memorables al mismo tema del destino de su cuerpo se notan también en su poesía, como se ve en esta rima y al final de las otras dos, en la LXVI (66) que comentaremos después, y en la LXXVI.
            Estructuralmente, cada cuarteta de esta rima LXI consta de tres octosílabos montados sobre un pie quebrado interrogativo acentuado. Esta forma representa una versión en arte menor de la “estrofa becqueriana”. El patrón anafórico que domina en las cuatro estrofas interiores, iniciado por el adverbio temporal Cuando y rematado casi siempre en el verso quebrado por el pronombre interrogativo ¿quién? + verbo en tiempo futuro con final acentuado (¿estrechará?, ¿cerrará?, ¿murmurará?) produce una similicadencia sostenida. Excepcionalmente en el v.20, ¿quién vendrá a llorar?, la leve variación sintáctica interrumpe momentáneamente este patrón del futuro al final del verso quebrado al utilizar la perífrasis venir a + infinitivo, no aparece el verbo llorar en futuro, y cambia el ritmo.
            Observamos otra variación rítmica semejante al comienzo del siguiente verso (v.21), que inicia la última estrofa. La reiteración anafórica, a modo de eco del verso anterior, del pronombre interrogativo ¿Quién? Rompe definitivamente el arraigado sistema anterior de iniciar cada estrofa por Cuando... al hacer este viraje en la estrofa postrera, el poeta relega cuando a posición átona, casi escondiendo este adverbio al comienzo del segundo verso de la última cuarteta (v.22), proclamando en su lugar el dominio definitivo del interrogativo personal indefinido ¿quién? Esta reiteración llamativa en el v.21 a modo de leixaprén, acentúa dramáticamente la reaparición del estribillo con terminación –á en el verso final absoluto: ¿quién se acordará?

                  LXVI (66)

1              ¿De dónde vengo?... El más horrible y áspero
       de los senderos busca;
las huellas de unos pies ensangrentados
       sobre la roca dura,
5             los despojos de un alma hecha jirones
       en las zarzas agudas,
       te dirán en el camino
                que conduce a mi cuna.

                   ¿Adónde voy? El más sombrío y triste
         10               de los páramos cruza,
                   valle de eternas nieves y de eternas
                          melancólicas brumas.
                   En donde esté una piedra solitaria
                           sin inscripción alguna,
         15              donde habite el olvido[6],
                           allí estará mi tumba.

         La visión negativa y pesimista que tiene el poeta de la trayectoria de su vida aumenta aun más en esta composición. Está estructurada en dos partes, de forma y tono iguales, pero de énfasis distinto en cada una. Si la primera estrofa empieza en el momento presente (vv 1-2) y vuelve atrás, hacia el triste origen del poeta (mi cuna, v.8), la segunda comienza en este mismo presente (v.9) y prosigue adelante, hacia un futuro solitario y lúgubre (mi tumba, v. 16). Las dos apóstrofes interrogativas que inician cada una de las dos estrofas (¿De dónde vengo?..., v.1; ¿Adónde voy?, v.9 representan sintagmas claves que impulsan este figurado viaje psíquico en dos distintas direcciones.
            Llama la atención en esta rima el fuerte e insistente tono de autocompadecimiento, indicio de la percepción que tiene el poeta de su constante sufrimiento y marginación. Esta actitud evoca una serie de atormentadas imágenes hiperbólicas (las huellas de unos pies ensangrentados, v.3; los despojos de un alma hecha jirones, v.5, Por ej.) que rayan en melodramatismo.
10 páramo, lugar o terreno poco productivo o inhóspito.
13-16 En donde esté una piedra solitaria / sin inscripción alguna / donde habite el olvido, / allí estará mi tumba. De nuevo aparece la preocupación recurrente en Bécquer: la expectativa de caer en el olvido después de la muerte. Sabemos que el desenlace de la vida de Bécquer resultó completamente diferente. (Vid. Rima LXI y nota a pie de página número 3). También sabemos por su amigo Rodríguez Correa que nunca se quejaba de sus males. (Leer fragmento de la Introducción, redactada por Correa, para la edición de sus obras, en página 194 de Dobrian).


                        LXXIII (73)

1              Cerraron sus ojos
que aún tenía abiertos
taparon su cara
con un blanco lienzo,
5             y unos sollozando,
otros en silencio,
                            de la triste alcoba
                            todos se salieron.
                   ... / ...
     
95         ¿Vuelve el polvo al polvo?
¿Vuela el alma al cielo?
Todo es vil materia,
Podredumbre y cieno?
¡No sé; pero hay algo
100       que explicar no puedo,
que al par nos infunde
                  repugnancia y duelo,
al dejar tan tristes,
tan solos, los muertos!

           
         Está estructurada esta rima a la manera de un romance tradicional, popular, con estribillo Dios mío, qué solos / se quedan los muertos!), que reitera el pensamiento predominante de la época, pero sin llegar a la sensiblería o lo macrabo característicos del momento. Además de la estructura de la expresión poética, contribuye a dar una imagen real y de desamparo el ambiente rural que tiene como fondo.
9-16 La luz, que en un vaso /ardía en el suelo, / al muero arrojaba /la sombra del lecho... El juego de luces y sombras, en esta evocación del ambiente producido por la solitaria vela encendida, nos recuerda que Bécquer era admirador de tres pintores que aprovecharon en sus cuadros los efectos producidos por la luz: Rembrandt (claroscuro), Murillo (difusión luminar) y Claudio de Lorena (luz crepuscular).
14 intérvalos, intervalos: el poeta desplaza el acento tónico, creando una palabra esdrújula. Ésta le permite cumplir con las exigencias de la rima asonante en e-o al mismo tiempo que, con la pérdida de una sílaba, justifica el patrón de hexasílabos, típico de la endecha. Además, este desplazamiento llama más la atención  sobre el aspecto intermitente y parpadeante del juego de luz y sombras.
17-20 Despertaba el día / ... / despertaba el pueblo. Empleo muy eficaz de una doble metagoge para recalcar el contraste entre vida y muerte, indicado en los cuatro versos que siguen (vv.21-24)
35-36 Al dar de las Ánimas / el toque postero, “Al dar el postrer toque de las Ánimas”, o sea, al sonar la última de las campanadas lastimeras que suelen acompañar el oficio de difuntos.
46 el chisporroteo. La parquedad discreta y la oportunidad con que Bécquer utiliza recursos retóricos comunes, como la onomatopeya aquí, explica en gran medida el éxito que suele tener con ellos.
47-48 Tan medroso y triste, / tan oscuro y yerto. Paralelismo cuyo valor avectivo de perturbación queda incrementado por el impulso anafórico del adverbio de ponderación tan.
53-56 De la alta campana... Este es un excelente ejemplo de la técnica que el pintor inglés John Ruskin designó “falacia patética”. En su profunda simpatía por la difunta, el poeta proyecta prosopéyicamente sus propios sentimientos a un objeto inanimado, imaginándose a la campana despedirse lastimeramente de la niña con su lengua de hierro.
63-64 abrió la piqueta / el nicho a un extremo. La metonimia elimina el elemento humano, recalcando la manera impersonal, indiferente con que se llevó a cabo la operación.
67-72 con un saludo / despidióse el duelo... La precipitación rutinaria de los que asisten al entierro, y sobre toda la fría indiferencia del sepulturero. La piqueta al hombro... acentúa, mediante el contraste, la horrible inquietud y conmoción sentidas por el poeta.
85 de la pobre niña / a solas me acuerdo. Es la primera y única vez en esta composición que Bécquer precisa que la difunta es una niña. En esta última parte de su composición, el poeta echa su mirada hacia el pasado para aclarar la intensa emoción que siente en el momento presente, y para especular brevemente sobre el futuro.
90 cierzo, viento del norte, generalmente frío y cortante.
94-95 ... /... Este es otro ejemplo del uso oportuno que hace Bécquer de la pausa entre estrofas, entre versos o aun dentro de uno de ellos, esta vez para iniciar la transición al segmento filosófico de su poema, así aislándolo y concediéndole mayor importancia.
95-99 ¿Vuelve el polvo al polvo? / ¿Vuela el alma al cielo? / ... / ¡No sé... Estos versos sirvieron para que ciertos poetas sevillanos alegaran que Bécquer era no creyente y, por ende, un escritor maldito.
98 cieno, lodo.
103-104 Repite las palabras del estribillo exclamatorio ¡Dios mío, qué solos / se quedan los muertos), que aparece en el poema cada veinticuatro versos, a manera de letanía que cobra mayor fuerza emotiva con cada repetición. En estos versos, reaparece aquí en forma variante, no enfatizada, sino asordinada. Así tiene el efecto sutil de un eco. La preocupación, tanto aquí como en el estribillo, por la tristeza, la soledad y el eventual olvido que implica la muerte de una persona, obsesionó al poeta sevillano. Comparar con los versos finales de la rima LXI (61).



BIBLIOGRAFÍA


BÉCQUER, Gustavo Adolfo. Rimas. Ed. de José Luis Cano. Cátedra, Madrid 1990.
DOBRIAN, Walter A. Bécquer: Sus rimas analizadas. Ed. Alpuerto. Madrid, 1998


[1] Algunos críticos realizan una clasificación más tajante, en cuatro series: 1ª: I a la VIII, se centra en la esencia de la poesía y en el papel que desempeña el poeta. 2ª: IX hasta la XXIX, la luminosidad del amor en su fase gozosa y esperanzada. 3ª: XXX hasta la LIV: está dominada por el desengaño y la tristeza causada por el amor frustrado. 4ª: LV hasta la LXXVI: núcleo fundamental, la soledad y la desesperación.
[2] Gabriel Celaya llamó metapoesía a la reflexión creativa sobre la propia creación.
[3] Página: 2
Cadencia: Serie de sonidos o movimientos que suceden de un modo regular o medido. Adecuada distribución de acentos y pausas en la prosa y en el verso.

[4] Este comentario es muy relevante para contextualizar en la época a Bécquer.
[5] Dejó escrito en Desde mi celda, en  la Carta III que quería ser enterrado a orillas del Guadalquivir... “...al que yo habría cantado en odas magníficas, y en aquel mismo punto donde iba tantas veces a  oír aquel suave murmullo de sus ondas. Una piedra blanca, con una cruz y mi nombre, sería todo monumento”. El 11 de abril de 1913, más de 40 años después de su fallecimiento (22 de diciembre de 1870), Gustavo y Valeriano Bécquer, su hermano, fueron trasladados –con honor y ceremonia- desde su humilde sepultura en Madrid a una cripta de la antigua capilla de la Universidad de Sevilla.
[6] Este verso lo tomará Cernuda (en el siglo XX) para dar título a uno de sus poemarios de tendencia surrealista: Donde habite el olvido, que incluye un poema con el mismo título.

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