sábado, 23 de febrero de 2013

Cada vez somos más: Funciones del Lenguaje





CADA VEZ SON MÁS
Cada vez son más los españoles, los turistas, los automovilistas, los que sean. Cada vez son más los que hacen esto a lo otro. Cada vez son más. ¿Les suena la frase? Se ha convertido en un latiguillo en el comienzo de muchas informaciones televisivas. ¿No se han fijado? Pues fíjense. Cada vez son más los que compran, los que prefieren […], los que eligen tal cosa o tal otra.
Cuando cada vez son más los que hacen algo, ese algo adquiere carta de naturaleza, se convierte en modelo, ejemplo y tendencia que consagrará una transformación. Los cambios, las transformaciones, los nuevos usos y costumbres se fijan por agregación, por el incremento cuantitativo, por la suma, por la incorporación de más y más individuos a una práctica colectiva. Se necesita de una masa de practicantes para levantar acta de la existencia de un hábito […].
Eso es de cajón, pero llama la atención lo poco que cuentan los menos. Las minorías en cualquier ejercicio se vuelven invisibles desde el momento en que el radar solo registra los aumentos […]. Los pocos no marcan tendencia salvo cuando se incorporan a los que cada vez son más. Las minorías no suscitan atención y en consecuencia, cada vez son más los que no quieren integrar el grupo de los menos. Nadie les hace caso, nadie se ocupa de ellos, nadie les propone nada, salvo que entren en el redil de la masa…
Es intrigante conocer las razones de por qué todo el mundo quiere ser, en verdad, todo el mundo y hacer lo que hace todo el mundo. La gran paradoja consiste en que nuestro afán por reivindicar nuestra singularidad es directamente proporcional a la facilidad con la que fatalmente nos acabamos integrando en los rasgos generales.
Estas razones no son tan misteriosas y se resumen en una: el miedo a quedarse descolgado. Si no participas de la corriente dominante quedarás descartado, serás inutilizado, aparecerás en el desierto ¿Qué podrá hacer en su futuro profesionalmente un muchacho que no sepa inglés, no conduzca, no maneje el ordenador y no tenga un móvil: […]. Nunca se reflexionará sobre las ventajas intrínsecas de adoptar un comportamiento o sumarse a una tendencia. No vale la pena. Basta con saber que las desventajas de no estar con los que cada vez son más llevan a la autoeliminación.
Texto adaptado. Manuel Hidalgo, www.elmundo.es 

Este texto de opinión contiene las seis funciones del lenguaje, aunque no tienen igual relevancia en el texto.


La función representativa o referencial se encuentra en todo lo que supone transmisión de información objetiva, como es el hecho de que las minorías son cada vez más ignoradas frente al protagonismo social de las mayorías. Vemos esta función en expresiones como: “Cuando cada vez son más los que hacen algo, eso adquiere carta de naturaleza” (L.6) o “Las minorías no suscitan atención” (L.15). Para esta función emplea la tercera persona gramatical y el modo indicativo (el de la realidad y objetividad); así como la presencia de un léxico denotativo.
La función expresiva o emotiva es importante porque el autor nos está dando su opinión, a la vez que manifiesta una actitud crítica hacia una tendencia social creciente que nos anula como individuos y nos convierte en “rebaño”. Aunque no utiliza la primera persona gramatical, ni la modalidad exclamativa (o sea frases exclamativas), ni interjecciones, ni el subjuntivo con valor optativo, ni sufijos afectivos. La opinión y el sentir del emisor es patente en todo el texto, de principio a fin. Así lo vemos en expresiones cargadas de subjetividad, que manifiestan opinión, sentimiento o actitud hacia lo que expone, como “Esto es de cajón” (frase hecha, L. 12); “No vale la pena” (L. 28), “Basta con saber…” (L. 28); también se observa en el uso de adjetivos calificativos valorativos o participios metafóricos (se subrayan) como: “Es intrigante conocer…” (L. 19), “quedarse descolgado” (Ls. 23-24), “quedarás descartado” (L. 24), “serás inutilizado” (Ls. 24-25); o en sustantivos en sentido figurado, esto es, con carga connotativa negativa, despreciativa, al referirse a las mayorías como “masa” (Ls. 9 y 18), o “redil” (L. 17).
También se aprecia la función expresiva en la alteración del orden lógico de la oración, al comienzo del primer y el segundo párrafo “Cada vez son más…” (L. 1), “Cuando cada vez son más…” (L. 6), en los que el complemento circunstancial y el nexo adverbial respectivamente, se colocan en primer lugar para resaltar el tema del texto: La mediocridad a la que se adscribe con facilidad la mayoría, o la fuerza de las mayorías, o la autoeliminación de las minorías. En el penúltimo párrafo también comienza la enunciación con el predicado: “Es intrigante conocer…” (L. 19).
La función apelativa o conativa, de igual importancia que la anterior, está en este texto de manera explícita o manifiesta, con la intención de convencer al lector de sus ideas, de reprochar la tendencia de incorporarnos a la corriente dominante a cambio de perder nuestra personalidad. Las formas lingüísticas en las que se manifiesta esta función son variadas: interrogativas directas: “¿No se han fijado?” (L. 4); imperativos: “fíjense” (L. 4); expresiones propiamente apelativas, como “llama la atención” (L. 12); o la interrogativa retórica (contiene la respuesta pero intenta llamar la atención implicando al lector para que asienta con las palabras del emisor): “¿Qué podrá hacer en su futuro profesional un muchacho que no sepa inglés, no conduzca…?” (Ls. 25-26).
La función fática o de contacto puede verse en la interrogativa directa “¿Les suena la frase?” (L. 2). Esta interrogativa equivale a esas “muletillas” que van al final de las enunciaciones (“¿no?”, “¿verdad?”) y que el emisor utiliza para asegurarse de que la comunicación con el receptor no se ha roto (no se excluye, tampoco, una finalidad apelativa de llamar la atención del receptor sobre esa frase clave).
La función poética o estética, sin ser un texto literario está muy presente. En ese afán de hacer más atractivos los mensajes y de darles más expresividad, haciendo uso de variados recursos expresivos lingüístico-literarios. Así pues, contribuye a esta función la mezcla de registros lingüísticos (dos en este caso) contrapuestos: el culto en general, y el coloquial o coloquial-familiar. Al primero pertenecen expresiones  como: “ese algo adquiere carta de naturaleza y se convierte en modelo” (Ls. 6 y7), “las transformaciones… se fijan por agregación, por el incremento cuantitativo” (Ls. 8-9), “Se necesita de una masa de practicantes para levantar acta de la existencia de un hábito” (Ls. 10-11), “el radar sólo registra los aumentos” (Ls. 13-14), “Las minorías no suscitan atención y, en consecuencia, cada vez son más… menos” (Ls. 15-16), “La gran paradoja… reivindicar nuestra singularidad” (Ls. 20-21) “directamente proporcional” (L. 21) “fatalmente” (L.22), “Nunca se reflexionará sobre las ventajas intrínsecas de adoptar un comportamiento” (Ls.27-28), “autoeliminación” (L. 29). Al registro coloquial, en cambio, corresponden ejemplos como: “los que sean”, frase imprecisa (L. 1); “latiguillo”, diminutivo familiar irónico (L. 3)[i]; Pues fíjense”, muletilla introductoria propia de la conversación, usada como refuerzo (L. 4); o “No vale la pena”, frase hecha (L. 28).
Asimismo, vemos la función poética o estética en recursos expresivos, como las repeticiones de palabras o expresiones (próximas o distantes): “cada vez son más”, frase repetida de manera dispersa por todo el texto, que otorga ritmo a la prosa e intensifica el significado de lo repetido (la agregación incesante); las repeticiones más distantes, aunque no produzcan el ritmo de las primeras, refuerzan el significado de las palabras clave del texto: “mayoría-s”, “minorías-s”, “tendencia”, “masa…”, todo el mundo quiere ser, en verdad, todo el mundo y hacer lo que hace todo el mundo; (Ls. 19-20); otro tipo de repetición son los paralelismos sintácticos: “quedarás descartado, serás inutilizado, aparecerás en el desierto”; (Ls. 24-25); algunos van encabezados por repeticiones de palabras (se subrayan): Nadie les hace caso”, nadie se ocupa de ellos, nadie les propone nada”; Ls. 16-17)por agregación, por el incremento…, por la suma,” (Ls. 8-9) ; “los que compran, los que prefieren, los que prefieren, los que utilizan, los que eligen” (Ls. 4-5), etc.
También proporcionan ritmo las enumeraciones: “los españoles, los turistas, los automovilistas, los que sean”… (L. 1)
Igualmente importantes son las metáforas utilizadas no para embellecer, sino para degradar y criticar esta tendencia social que desagrada al autor: “latiguillo”  (L. 3) (referido a la frase insistente y “machacona” que proviene de los medios de comunicación sobre todo, cada vez son más); “levantar acta” (L.11 (=reconocer ese acto); “redil” (L. 17) (animalización metafórica referida a la gente considerada como un rebaño); “masa” (L. 18) (metáfora cosificadora en la que la gente es considerada como un conjunto amorfo que no piensa); “quedarse descolgado..., descartado…, aparecer en el desierto” (Ls. 23-25) (= quedarse solo, excluido o aislado). La aludida ironía en el diminutivo “latiguillo” tiene ese mismo valor estilístico de intento de degradación.
Cabe destacar también los contrastes o antítesis, ya que el texto se vertebra sobre la contraposición entre las ventajas de la mayoría y las desventajas de las minorías. Algunos ejemplos de este contraste son: “los más – los menos”, “la mayoría – la minoría”, “masa – individuo”, aumentos – disminuciones”, singularidad – rasgos generales”, “individuos – práctica colectiva”, “ventajas – desventajas”. A veces, utiliza las antítesis para hacer juegos de palabras: “cada vez son más los que no quieren integrar el grupo de los menos”; o para hacer alguna paradoja que el propio autor resuelve en el texto: “la gran paradoja consiste…”, aludiendo al afán de reivindicar la singularidad y, a la vez, el afán por integrarse en la mayoría.
Por último, aludimos a la función metalingüística, presente también en el ya citado ejemplo: “Cada vez son más ¿Les suena la frase? Se ha convertido en el latiguillo…” (Ls. 2 y 3), donde utiliza la lengua para explicar la lengua misma. Es aquí relevante porque se explica el significado del enunciado esencial del texto.
En conclusión, este texto constituye un buen ejemplo de la interrelación de las seis funciones del lenguaje. Es llamativo que, no siendo un texto literario, la función más desarrollada sea la poética o estética, con numerosos recursos que llaman la atención sobre el mensaje en sí mismo, haciendo que nos llegue de manera más amena y eficaz. Por tratarse de un texto periodístico de opinión, se entiende que tanto esta función como todas las analizadas, están al servicio de la función apelativa, propia de este tipo de textos, cuyo objetivo último es convencer, persuadir al lector de la tesis defendida. El modo de elocución, ya visto, es la argumentación y su estructura inductiva o sintetizante porque defiende su tesis al final, en el último párrafo: Cada vez son más los que se funden con la masa por miedo a quedarse aislados, por temor a la “autoeliminación”. Todo ello demuestra la estrecha frontera, difuminada en muchas ocasiones y autores, entre periodismo y literatura; la hibridez de los géneros de finales del siglo pasado y frecuente en el siglo XXI.



No hay comentarios:

Publicar un comentario