CADA
VEZ SON MÁS
Cada
vez son más los españoles, los turistas, los automovilistas, los que sean. Cada
vez son más los que hacen esto a lo otro. Cada vez son más. ¿Les suena la
frase? Se ha convertido en un latiguillo en el comienzo de muchas informaciones
televisivas. ¿No se han fijado? Pues fíjense. Cada vez son más los que compran,
los que prefieren […], los que eligen tal cosa o tal otra.
Cuando
cada vez son más los que hacen algo, ese algo adquiere carta de naturaleza, se
convierte en modelo, ejemplo y tendencia que consagrará una transformación. Los
cambios, las transformaciones, los nuevos usos y costumbres se fijan por
agregación, por el incremento cuantitativo, por la suma, por la incorporación
de más y más individuos a una práctica colectiva. Se necesita de una masa de
practicantes para levantar acta de la existencia de un hábito […].
Eso
es de cajón, pero llama la atención lo poco que cuentan los menos. Las minorías
en cualquier ejercicio se vuelven invisibles desde el momento en que el radar
solo registra los aumentos […]. Los pocos no marcan tendencia salvo cuando se
incorporan a los que cada vez son más. Las minorías no suscitan atención y en
consecuencia, cada vez son más los que no quieren integrar el grupo de los
menos. Nadie les hace caso, nadie se ocupa de ellos, nadie les propone nada,
salvo que entren en el redil de la masa…
Es
intrigante conocer las razones de por qué todo el mundo quiere ser, en verdad,
todo el mundo y hacer lo que hace todo el mundo. La gran paradoja consiste en
que nuestro afán por reivindicar nuestra singularidad es directamente
proporcional a la facilidad con la que fatalmente nos acabamos integrando en
los rasgos generales.
Estas
razones no son tan misteriosas y se resumen en una: el miedo a quedarse
descolgado. Si no participas de la corriente dominante quedarás descartado,
serás inutilizado, aparecerás en el desierto ¿Qué podrá hacer en su futuro
profesionalmente un muchacho que no sepa inglés, no conduzca, no maneje el
ordenador y no tenga un móvil: […]. Nunca se reflexionará sobre las ventajas
intrínsecas de adoptar un comportamiento o sumarse a una tendencia. No vale la
pena. Basta con saber que las desventajas de no estar con los que cada vez son
más llevan a la autoeliminación.
Este
texto de opinión contiene las seis funciones del lenguaje, aunque no tienen
igual relevancia en el texto.
La función representativa o referencial se encuentra en todo lo que supone transmisión
de información objetiva, como es el hecho de que las minorías son cada vez más
ignoradas frente al protagonismo social de las mayorías. Vemos esta función en
expresiones como: “Cuando cada vez son más los que hacen algo, eso adquiere
carta de naturaleza” (L.6) o “Las minorías no suscitan atención” (L.15).
Para esta función emplea la tercera persona gramatical y el modo indicativo (el
de la realidad y objetividad); así como la presencia de un léxico denotativo.
La función expresiva o emotiva es importante porque el autor nos está dando su opinión, a la vez que
manifiesta una actitud crítica hacia una tendencia social creciente que nos
anula como individuos y nos convierte en “rebaño”. Aunque no utiliza la primera
persona gramatical, ni la modalidad exclamativa (o sea frases exclamativas),
ni interjecciones, ni el subjuntivo con valor optativo, ni sufijos afectivos.
La opinión y el sentir del emisor es patente en todo el texto, de principio a
fin. Así lo vemos en expresiones cargadas de subjetividad, que
manifiestan opinión, sentimiento o actitud hacia lo que expone, como “Esto
es de cajón” (frase hecha, L. 12); “No vale la pena” (L. 28), “Basta
con saber…” (L. 28); también se observa en el uso de adjetivos
calificativos valorativos o participios metafóricos (se subrayan)
como: “Es intrigante conocer…” (L. 19), “quedarse descolgado”
(Ls. 23-24), “quedarás descartado” (L. 24), “serás inutilizado”
(Ls. 24-25); o en sustantivos en sentido figurado, esto es, con carga
connotativa negativa, despreciativa, al referirse a las mayorías como “masa”
(Ls. 9 y 18), o “redil” (L. 17).
También
se aprecia la función expresiva en la alteración del orden lógico de la
oración, al comienzo del primer y el segundo párrafo “Cada vez son más…”
(L. 1), “Cuando cada vez son más…” (L. 6), en los que el complemento
circunstancial y el nexo adverbial respectivamente, se colocan en primer lugar
para resaltar el tema del texto: La mediocridad a la que se adscribe con
facilidad la mayoría, o la fuerza de las mayorías, o la autoeliminación de las
minorías. En el penúltimo párrafo también comienza la enunciación con el
predicado: “Es intrigante conocer…” (L. 19).
La función apelativa o conativa, de igual importancia que la anterior, está en este texto de manera
explícita o manifiesta, con la intención de convencer al lector de sus ideas,
de reprochar la tendencia de incorporarnos a la corriente dominante a cambio de
perder nuestra personalidad. Las formas lingüísticas en las que se manifiesta
esta función son variadas: interrogativas directas: “¿No se han
fijado?” (L. 4); imperativos: “fíjense” (L. 4); expresiones
propiamente apelativas, como “llama la atención” (L. 12); o la
interrogativa retórica (contiene la respuesta pero intenta llamar la
atención implicando al lector para que asienta con las palabras del emisor): “¿Qué
podrá hacer en su futuro profesional un muchacho que no sepa inglés, no
conduzca…?” (Ls. 25-26).
La función fática o de contacto puede verse en la interrogativa directa “¿Les suena la
frase?” (L. 2). Esta interrogativa equivale a esas “muletillas” que van al
final de las enunciaciones (“¿no?”, “¿verdad?”) y que el emisor utiliza para
asegurarse de que la comunicación con el receptor no se ha roto (no se excluye,
tampoco, una finalidad apelativa de llamar la atención del receptor sobre esa
frase clave).
La función poética o estética, sin ser un texto literario está muy presente. En ese afán de hacer
más atractivos los mensajes y de darles más expresividad, haciendo uso de
variados recursos expresivos lingüístico-literarios. Así pues, contribuye a
esta función la mezcla de registros lingüísticos (dos en este caso)
contrapuestos: el culto en general, y el coloquial o coloquial-familiar. Al
primero pertenecen expresiones como: “ese
algo adquiere carta de naturaleza y se convierte en modelo” (Ls. 6 y7), “las
transformaciones… se fijan por agregación, por el incremento cuantitativo” (Ls.
8-9), “Se necesita de una masa de practicantes para levantar acta de la
existencia de un hábito” (Ls. 10-11), “el radar sólo registra los
aumentos” (Ls. 13-14), “Las minorías no suscitan atención y, en
consecuencia, cada vez son más… menos” (Ls. 15-16), “La gran paradoja…
reivindicar nuestra singularidad” (Ls. 20-21) “directamente
proporcional” (L. 21) “fatalmente” (L.22), “Nunca se reflexionará
sobre las ventajas intrínsecas de adoptar un comportamiento” (Ls.27-28), “autoeliminación”
(L. 29). Al registro coloquial, en cambio, corresponden ejemplos como: “los
que sean”, frase imprecisa (L. 1); “latiguillo”, diminutivo familiar
irónico (L. 3)[i];
“Pues fíjense”, muletilla introductoria propia de la
conversación, usada como refuerzo (L. 4); o “No vale la pena”, frase
hecha (L. 28).
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