GUSTAVO
ADOLFO BÉCQUER (1836 - 1870): RIMAS
CONTEXTO
HISTÓRICO–LITERARIO. AUTOR Y OBRA
1.
INTRODUCCIÓN
La obra poética
de Gustavo Adolfo Bécquer debe situarse dentro del movimiento romántico. Sin
embargo, cuando el poeta escribe sus Rimas
(años 50 - 60), el Romanticismo, vigente durante la primera mitad del
siglo, ya se considera acabado y comienza a desarrollarse un nuevo movimiento literario
de naturaleza radicalmente opuesta: el Realismo. En consecuencia, puede decirse
que Bécquer (como otros poetas contemporáneos: es también el caso de Rosalía de Castro) pertenece a una corriente poética posromántica dentro
de la literatura española de la segunda mitad del siglo XIX.
2.
CONTEXTO
HISTÓRICO-LITERARIO
El Romanticismo
no es sólo un movimiento artístico y literario, es toda una forma de entender el
mundo que se impuso en la cultura europea durante la primera mitad del siglo
XIX (aunque tiene sus orígenes ya en el siglo anterior en el movimiento alemán
conocido como Sturm und Drang (“tormenta
y pasión”), que protagonizan figuras como Goethe
o Schiller). Surge en un momento de
gran inestabilidad política: tras la Revolución Francesa, se enfrentan la
aristocracia tradicionalista defensora del Antiguo Régimen y la burguesía
liberal; al mismo tiempo, el desarrollo progresivo de la sociedad industrial
capitalista acarrea grandes tensiones y transformaciones sociales, como la aparición
del movimiento obrero. En este periodo de crisis surge el Romanticismo,
que supone una reacción contra el pensamiento ilustrado dominante durante el
siglo XVIII. Puede considerarse un movimiento de origen burgués, relacionado con el liberalismo por su exaltación absoluta de la libertad individual (si bien junto al
romanticismo liberal existe un romanticismo conservador, que defiende los valores
tradicionales del pasado para manifestar su rechazo frente al mundo moderno).
2.1.
EL
ROMANTICISMO: CRISIS IDEOLÓGICA
El Romanticismo
surge, pues, del conflicto del individuo con la realidad que lo rodea. El
hombre romántico niega toda realidad ajena al propio yo, defiende el valor
sagrado de su libertad individual y manifiesta su rebeldía frente a las normas
establecidas; interesan, por encima de todo, los individuos concretos, pues
cada hombre es único e irrepetible. Al mismo tiempo, se exaltan con pasión los
sentimientos individuales y se desprecia la razón, incapaz de comprender un
mundo misterioso y en constante cambio; se persiguen ideales absolutos
(libertad, justicia, amor) para superar el conflicto con el mundo. El idealismo
romántico conduce necesariamente, cuando el ideal se revela imposible, a la
frustración y el desengaño: el tedio, el escepticismo, la amarga ironía o el nihilismo
son actitudes habituales. En ocasiones, se opta por la huida de la realidad, en
forma de evasión temporal (idealización del pasado, por ejemplo de la época
medieval) o espacial (búsqueda del exotismo: es frecuente el interés por la
cultura oriental o, incluso, por la cultura española entre los románticos
europeos). En fin, la muerte, concebida como suprema liberación, es contemplada
con temor y fascinación (el suicidio, por ejemplo, es una forma de evasión que
algunos románticos adoptan: en literatura, Werther;
en la vida real, Larra).
2.2.
EL
ROMANTICISMO: CRISIS ESTÉTICA
En lo estético,
se rechazan las formas neoclásicas, fundadas “en la Razón”. Al romántico no le
sirven los cánones de aquella estética, y los desborda en nombre del citado
poder creador del espíritu, al que nada debe contener, reprimir o limitar. Deja
de interesar la “armonía”, el “equilibrio”, el “orden”, la “perfección” de las formas: se buscará su dinamismo, su intensidad
expresiva y su fuerza sentimental;
y se dará entrada a lo irracional,
lo misterioso. Por encima de todo,
el yo creador reclama una total
libertad para volcarse en su creación. El Romanticismo es, en definitiva, una
estética basada en el dramatismo y
la intensidad y no en el buen gusto
y la elegante contención.
En
consecuencia, el desprecio de las reglas impulsa a buscar una expresión propia,
natural y libre; así, se mezclan géneros (lírico y narrativo, trágico y cómico)
y estilos (prosa y verso, noble y vulgar) en la misma obra. Los temas de la
literatura romántica acabarán convirtiéndose en tópicos que se repiten una y
otra vez: el héroe romántico, siempre en conflicto con las normas generales
(jóvenes atormentados y soñadores; individuos solitarios, rebeldes, marginales:
pirata, verdugo, don Juan); los ideales románticos (la libertad, la justicia y,
sobre todo, el amor romántico, un amor apasionado que entra en conflicto con el
orden establecido y finaliza trágicamente); la muerte y el destino trágico del
hombre; la naturaleza, de carácter
simbólico, pues se concibe como la proyección de la subjetividad del artista
(se insiste en escenarios característicos: la tormenta, el mar tempestuoso, las
ruinas, los cementerios, la niebla, los paisajes nocturnos); lo misterioso, lo
sobrenatural, lo fantástico, lo terrorífico (de acuerdo con el irracionalismo
propio de la mentalidad romántica).
2.3.
EL ROMANTICISMO
EN ESPAÑA
Como dijimos,
en la primera mitad del siglo XIX el movimiento romántico alcanza su apogeo en toda
Europa: Alemania, Inglaterra (Byron,
Keats, Shelley), Francia (Víctor
Hugo). Sin embargo, en España las
circunstancias históricas y sociales provocan que este movimiento sea tardío y
débil. Por una parte, la represión ejercida por el régimen absolutista de
Fernando VII (que provocó el exilio de numerosos intelectuales liberales) no
permitió la implantación de las nuevas ideas en España hasta la muerte del rey
(1833). Por otra parte, el retraso de la sociedad española con respecto a las sociedades
europeas (la burguesía española aún era muy débil porque la industrialización
todavía era escasa, de manera que la economía seguía siendo agraria con una mayoría
de población rural) dio origen a un Romanticismo superficial e inconsistente.
En cualquier caso, el movimiento romántico alcanza su máxima expresión en
España entre 1835 y 1840, durante la
regencia de María Cristina: tras la muerte de Fernando VII, triunfa el Liberalismo
(los absolutistas acabarán siendo derrotados en la primera guerra carlista) y
retornan los exiliados (Espronceda,
duque de Rivas, Martínez de la Rosa),
que han tenido un conocimiento directo del Romanticismo europeo. Es en estos
años cuando podemos hablar en España de una auténtica literatura romántica.
Dentro de la poesía
lírica, sobresale la figura de José
de Espronceda, cuyos versos recogen todos los motivos propios de la
sensibilidad romántica con un estilo grandilocuente y efectista (Canción del pirata), del todo opuesto al
estilo sencillo y natural que, años más tarde, utilizará Gustavo Adolfo Bécquer.
Por otro lado, se cultiva una poesía narrativa que relata sucesos
históricos o legendarios y también acontecimientos inventados: El
estudiante de Salamanca (sobre el mito de don Juan), de Espronceda; Romances históricos, de Ángel de Saavedra, Duque de Rivas; leyendas,
de José Zorrilla.
En cuanto al teatro, el drama
romántico, que abandona todas las reglas del teatro clásico, insiste en los
temas, personajes y ambientes característicos del Romanticismo; destacan obras
como Don
Álvaro o la fuerza del sino, del Duque
de Rivas, y la célebre Don Juan Tenorio, de Zorrilla.
Por último, las formas representativas de la
literatura en prosa son la novela histórica (El señor de Bembibre,
de Enrique Gil y Carrasco; El
doncel de don Enrique el Doliente, de Mariano José de Larra)
y el costumbrismo, conservador (exaltación de la cultura tradicional y
énfasis en lo más pintoresco: Ramón
Mesonero Romanos) o progresista (crítica de la sociedad española, atrasada
e inculta, y defensa de la modernización del país: Artículos de costumbres de
Larra).
GUSTAVO ADOLFO BÉCQUER (1836-1870)
2.4.
BIOGRAFÍA
Fue hijo del pintor José Domínguez
Insausti, que se firmaba Bécquer por unos antepasados suyos llegados a Sevilla
desde Flandes. Nació en esta ciudad, quinto hermano de una familia de ocho
varones y, siendo aún muy niño, quedó huérfano de padre y, poco después,
también de madre. Fue recogido por su madrina, doña Manuela Monahay, una mujer
muy culta. Después de tener que abandonar los estudios de Náutica que había
iniciado en Sevilla, se trasladó a Madrid. Allí colaboró en diversas revistas
literarias y pasó muchas penurias económicas y de salud. Se enamoró de Julia
Espín y Colbrandt, el gran amor de su vida, pero sin ser correspondido. Se casó
con Casta Esteban, con la que tuvo tres hijos, pero el matrimonio fracasó y se
separaron, aunque se reconciliarían antes de la muerte del poeta. Bécquer
consiguió algún trabajo estable, pero pronto fue cesado y continuaron sus
muchos problemas. La muerte de su hermano Valeriano, con el que siempre estuvo
muy unido, fue otro duro golpe para él. Murió prematuramente, rodeado de muy
pocos, pero fieles amigos. Bécquer parece un hombre que hubiera nacido marcado
por un destino adverso, bajo el signo de la carencia; por no tener, no tuvo ni
tiempo de ver publicadas sus obras, ya que se editaron después de su muerte.
2.5.
BÉCQUER ENTRE
DOS MOVIMIENTOS LITERARIOS
El reinado de
Isabel II (desde 1843) se caracteriza por una gran inestabilidad política,
debida a la constante lucha por el poder que mantienen liberales progresistas y
moderados y a la permanente intervención de los militares en la vida pública.
Durante estos años predomina el moderantismo en la vida política española, lo
que supone un retroceso en las libertades. En este periodo histórico, en el que
vive Bécquer, se impone la llamada forma moderada de existencia y el Romanticismo
en España puede considerarse ya en decadencia. La literatura romántica, cada vez
más tópica y convencional, se agota y va tomando forma un nuevo movimiento
literario: el Realismo (la publicación en 1849 de La gaviota, de Fernán Caballero, puede considerarse un
anticipo de la novela realista). La creciente insatisfacción con el régimen
político establecido acabará provocando, dos años antes de la muerte de
Bécquer, la revolución de septiembre de 1868 (“la Gloriosa”), en la que la
unión de liberales progresistas, demócratas y republicanos (con el apoyo de las
clases populares y de un incipiente movimiento obrero) pone fin al reinado de
Isabel II. Siguen a la revolución el breve reinado de Amadeo de Saboya y la
Primera República, antes de la Restauración de la monarquía en 1874.
Si en el resto de Europa el Realismo
literario se sitúa en la segunda mitad del siglo XIX, en España no se puede
hablar de Realismo hasta la fecha de la revolución llamada La
Gloriosa, 1868. Durante los siete años de gobiernos
liberales y burgueses los autores sintieron el desencanto de esta revolución y
por tanto el fracaso de la clase media. Por eso se da como fecha de inicio 1870, año en el que muere Bécquer (22
de diciembre) y en el que se publica La Fontana de oro de Galdós. A partir de la fecha “oficial” del inicio del Realismo
publican sus obras Valera, Pereda,
Clarín, Pardo Bazán…, pero algunos habían nacido antes que Bécquer y
escriben en la misma época. Por tanto, nuestro poeta sevillano, nace cuando el
Romanticismo ya se está agotando y muere en los albores del movimiento
literario que presidirá las últimas décadas del siglo XIX. Su vida se halla en
la encrucijada de estos dos movimientos y él, que había asimilado el espíritu
neoclásico y conocía a los románticos europeos y españoles de la época, vive el
cambio hacia el Materialismo que rechaza (recordemos la Rima IV: “No
digáis que agotado su tesoro, / de asuntos falta, enmudeció la lira. / Podrá no
haber poetas, pero siempre / habrá poesía”) y que fecundará tras su
muerte, pero también evita los excesos retóricos de los románticos.
Por tanto, en
cuanto a los temas es un gran romántico, muy próximo al Espronceda (1808-1842)
atormentado, pero difiere de los románticos en el tratamiento de esos temas. Su
poesía se caracteriza por una sencillez en su estructura, por la desnudez en el
lenguaje, y por la carencia de toda ornamentación altisonante y retórica, tan
propia y querida de los románticos. Las Rimas
responden a una nueva concepción de la poesía en la que solamente deben
permanecer los elementos poéticos. En consecuencia, su poesía se hace hondamente
subjetiva; “frágil, alada y fugitiva” según calificación de Azorín. Su importancia es capital en la
historia de la Literatura
porque de Bécquer arranca la poesía contemporánea.
2.6.
LA POESÍA EN LA
SEGUNDA MITAD DEL SIGLO XIX
En la segunda
mitad del siglo, la poesía española supera, pues, definitivamente el Romanticismo
retórico y superficial y evoluciona por caminos diversos.
Por una parte,
puede hablarse de una poesía realista, de carácter conceptual (frente al
sentimentalismo romántico, la poesía se considera un vehículo adecuado para la
expresión de ideas); a esta corriente pertenecen tanto la poesía antirretórica
de Ramón de Campoamor, caracterizada
por el prosaísmo y la naturalidad de su lenguaje, como la poesía grandilocuente
de Gaspar Núñez de Arce, de mayor
preocupación formal y tono declamatorio.
Por otra parte,
aparece una poesía que puede considerarse posromántica por su carácter intimista
y sentimental; no obstante, estos poetas pretenden renovar el lenguaje
característico del Romanticismo: frente al efectismo, buscan sencillez y
naturalidad, una poesía breve y sustancial que sirva para sugerir lo inefable.
En el desarrollo de este movimiento poético intervienen tanto la recuperación de la poesía popular,
modelo de poesía breve y natural (por ejemplo, en la obra de Antonio de Trueba), como la influencia de la poesía germánica,
apreciable en los intentos de adaptar al español la balada -breve poema
narrativo y lírico-. En estos años se traduce repetidamente la obra del poeta
romántico alemán Heinrich Heine: su
tono melancólico y su lenguaje conciso sirven de modelo a numerosos poetas
españoles de la época (la influencia de Heine es muy notable en las Rimas).
Lugar especial
ocupa la excepcional poetisa gallega Rosalía
de Castro (1837-1885), famosa por sus libros Cantares galegos (1863)
en gallego, escrito en parte en Castilla, con añoranza de Galicia; Follas
novas (“Hojas nuevas”, 1880), también en gallego, con sentimientos de
dolor y desengaño; y En las orillas del Sar (1884), libro
capital de la lírica castellana, que es una atormentada confesión de su
intimidad. Se habla de influjos mutuos entre Bécquer y Rosalía, pero no están
demostrados. El sevillano es más puro, más austero de medios expresivos. Como
contrapartida, Rosalía ofrece una riqueza temática muy superior, no olvida el
dolor ajeno, y es sensible a la Naturaleza.
En conclusión,
podemos afirmar que nuestro poeta sevillano utilizó la razón (bandera del
XVIII) para abordar los sentimientos, el amor (tema romántico por excelencia)
desde unos postulados propios y originales. Sus teorías se encuentran en las Rimas I a la XI y la
XXI, en Cartas literarias a una mujer, Comentario
a La Soledad
de Augusto Ferrán, Cartas desde mi celda y en La Introducción sinfónica.
CARTAS LITERARIAS A UNA MUJER
Es una verdad tan
innegable que se puede elevar a la categoría de axioma, el que nunca se vierte
la idea con tanta vida y precisión como en el momento en que esta se levanta
semejante a un gas desprendido, y enardece la fantasía y hace vibrar todas las
fibras sensibles, cual se las tocase una chispa eléctrica.
Yo no niego que
suceda así. Yo no niego nada, pero por lo que a mí toca, puedo asegurarte que
cuando siento no escribo. Guardo, sí, en mi cerebro escritas, como en un libro
misterioso, las impresiones agrupadas en el fondo de mi memoria, hasta el
instante en que, puro, tranquilo, sereno, revestido, por decirlo así de un
poder sobrenatural, mi espíritu las evoca, y tienden sus alas transparentes que
bullen con un zumbido extraño, y cruzan otra vez a mis ojos como en una visión
luminosa y magnífica.
Entonces no
siento ya con los nervios que se agitan, con el pecho que se oprime, con la
parte orgánica materia. que se conmueve al rudo choque de las sensaciones
producidas por la pasión y los afectos; siento, sí, pero de una manera que
puede llamarse artificial; escribo, como el que copia de una página ya escrita;
dibujo como el pintor que reproduce el paisaje que se dilata ante sus ojos y se
pierde entre la bruma de los horizontes (...)
Todo el mundo siente.
Solo a algunos les es dado el guardar, como un tesoro, la memoria viva de lo
sentido. Yo creo que estos son los poetas. Es más, creo que únicamente por esto
lo son.
(...) Si tú
supieras cómo las ideas más grandes se empequeñecen al encerrarse en el círculo
de hierro de la palabra; si tú supieras qué diáfanas, qué ligeras, qué
impalpables son las gasas de oro que flotan en la imaginación, al envolver esas
misteriosas figuras que crea, y de las que solo acertamos a reproducir el
descarnado esqueleto; si tú supieras cuán imperceptible es el hielo de luz que
ata entre sí los pensamientos más absurdos que nadan en su caos; si tú
supieras... pero, ¿qué digo?¿, tú lo sabes, tú debes saberlo. ¿No has soñado
nunca? ¿Al despertar te ha sido alguna vez posible referir con toda su
inexplicable vaguedad y poesía lo que has soñado?
El espíritu tiene
una manera de sentir y comprender especial, misteriosa, porque él es un arcano;
inmensa, porque él es infinito; divina, porque su esencia es santa. ¿Cómo la
palabra, cómo un idioma grosero y mezquino, insuficientes a veces para expresar
las necesidades de la materia, podrá servir de digno intérprete entre dos
almas?
Gustavo Adolfo Bécquer. Cartas literarias a una mujer. Carta II
Las mismas ideas
expuestas en las Cartas literaria a una
mujer y en la reseña crítica a La
soledad de su amigo Augusto Ferrán, vuelven a aparecer en La
introducción sinfónica que Bécquer compuso en junio de 1868 y que
antepuso como prólogo al Libro de los gorriones (cuaderno en
el que recuperó de su memoria las Rimas perdidas) En esta Introducción insiste una vez más en la radical separación entre
inspiración y expresión: "Entre el
mundo de la idea y de la forma existe un abismo que solo puede salvar la
palabra" y vuelve a poner de manifiesto la dificultad, cuando no
incapacidad, de la palabra para "vestir" a los hijos de su fantasía,
para dar forma a los conceptos, en definitiva: "¡Andad, pues! Andad y
vivid con la única vida que puedo daros. Mi inteligencia os nutrirá lo
suficiente para que seáis palpables. Os vestirá, aunque sea de harapos, lo
bastante para que no se avergüence vuestra desnudez. Yo quisiera forjar para
cada uno de vosotros una maravillosa estofa, tejida de frases exquisitas en las
que os pudierais envolver con orgullo como en un manto de púrpura. Yo quisiera
poder cincelar la forma que hade conteneros como se cincela el vaso de oro que
ha de guardar un preciado perfume. ¡Mas es imposible!. Y es esa imposibilidad
de expresar lo inefable lo que conducirá a Bécquer a no pretenderla comunicar
de u modo directo, porque únicamente será posible -y ahí es donde radica su
hallazgo- a través de la sugerencia, de lo intuido y no dicho, de lo levemente
sugerido.
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