¿QUÉ ES LA LITERATURA?
Ya sabemos que la literatura se define
como un arte cuyo material son las palabras y su finalidad principal es la de
proporcionar placer de naturaleza estética. Además es un acto de comunicación
(emisor: autor; mensaje: obra literaria; receptor: lector, etc.) Por otro lado
es un producto histórico-social y cultural, puesto que toda obra literaria es
consecuencia de la época y las circunstancias históricas en que se escribe y
es, además, la transmisora de la tradición y la cultura de una comunidad. A la
hora de abordar la historia de la literatura hemos de tener en cuenta dos
factores que condicionan toda obra literaria: tradición e innovación. La
primera es la herencia (lengua, temas, estilo, sentimientos, etc.) que el autor
recibe; la innovación es la aportación personal de éste, que hace que su obra
se original frente a otras existentes.
Todo ello lo estudiamos en los
diferentes cursos de la ESO
y el Bachillerato. Nos vamos adentrando paulatinamente en el código específico
de lo literario y así comprendemos lo que el creador nos quiere comunicar. Pero
la literatura no es sólo una asignatura más de la enseñanza reglada. La
literatura, si queremos, puede acompañarnos toda nuestra vida, al margen de la
profesión que elijamos (fontanero, médico, ingeniero, albañil, azafata, ama de
casa...) La literatura es una fuente inagotable de placer en la que podemos
beber para alimentar nuestras inquietudes, de la que podemos extraer enseñanzas
para nuestro día a día, en la que podemos proyectar nuestros sueños, realizar
nuestras fantasías más ocultas; la literatura es un inmenso mar de
posibilidades de conocer y conocernos (ventana y espejo); La literatura se
nutre de la vida y realiza el milagro de transformar el mundo en algo más
acorde con nuestros deseos. La literatura, al fin, puede ayudarnos a ser más
libres, y a vivir la vida más intensamente. Y ¿acaso a ser más felices?
Te invito a que reflexiones con la
lectura de algunos fragmentos extraídos de un espléndido ensayo –basado
principalmente en el género narrativo- de uno de los grandes escritores
contemporáneos: La verdad de las mentiras de Mario Vargas Llosa.
I
“En el embrión de toda novela bulle una
inconformidad, late un deseo. (...) No se escriben novelas para contar la vida
sino para transformarla, añadiéndole algo. (...) En esos sutiles o groseros
agregados a la vida en los que el novelista materializa sus secretas
obsesiones- reside la originalidad de una ficción. Ella es más profunda cuanto
más ampliamente exprese una necesidad general y cuantos más sean, a lo largo
del espacio y del tiempo, los lectores que identifiquen, los oscuros demonios
que los desasosiegan.”
“La vida real fluye y no se detiene, es
inconmensurable, un caos en el que cada historia se mezcla con todas las historias
y por lo mismo no empieza ni termina jamás. La vida de la ficción es un
simulacro en el que aquel vertiginoso desorden se vuelve orden: organización,
causa y efecto, fin y principio. (...) Ese orden es invención, un añadido del
novelista, simulador que aparenta recrear la vida cuando en verdad la
rectifica. A veces sutil, a veces brutalmente, la ficción traiciona la vida,
encapsulándola en una trama de palabras que la reducen de escala y la ponen al
alcance del lector. Éste puede, así, juzgarla, entenderla, y, sobre todo,
vivirla con una impunidad que la vida verdadera no consiente.”
“¿Qué diferencia hay entre una ficción
y un reportaje periodístico o un libro de historia? ¿No están compuestos ellos
de palabras? (...) La respuesta es: se trata de sistemas opuestos de
aproximación a lo real. En tanto que la novela se rebela y transgrede la vida,
aquellos géneros no pueden dejar de ser sus siervos. La noción de verdad o
mentira funciona de manera distinta en cada caso. (...) la verdad de la novela
depende de su propia capacidad de persuasión, de la fuerza comunicativa de su
fantasía, de la habilidad de su magia. Toda buena novela dice la verdad y toda
mala novela miente. Porque “decir la verdad” para una novela significa hacer
vivir al lector una ilusión y “mentir” ser incapaz de lograr esa superchería.
La novela es un género amoral, o, más bien, de una ética sui generis, para la
cual verdad o mentira son conceptos exclusivamente estéticos.”
Pero “la ficción no es una fabulación
gratuita” (...) “hunde sus raíces en la experiencia humana, de la que se nutre
y a la que alimenta. Un tema recurrente en la historia de la ficción es: el
riesgo que entraña tomar lo que dicen las novelas al pie de la letra, creer que
la vida es como ellas la describen. Los libros de caballerías queman el seso a
Alonso Quijano y lo lanzan por los caminos a alancear molinos de viento y la
tragedia de Emma Bovary no ocurriría si el personaje de Flaubert no intentara
parecerse a las heroínas de las novelitas románticas que lee. Por creer que la
realidad es como pretenden las ficciones, Alonso Quijano y Emma sufren
terribles quebrantos. ¿Los condenamos por ello? No, sus historias nos conmueven
y nos admiran: su empeño imposible de vivir la ficción nos parece
personificar una actitud idealista que honra a la especie. Porque querer ser
distinto de lo que se es ha sido la aspiración humana por excelencia.”
“Cuando leemos novelas no somos el que
somos habitualmente, sino también los seres hechizos entre los cuales el
novelista nos traslada. El traslado es una metamorfosis: el reducto asfixiante
que es nuestra vida real se abre y salimos a ser otros, a vivir vicariamente
experiencias que la ficción nos vuelve nuestras. Sueño lúcido, fantasía
encarnada, la ficción nos completa, a nosotros, seres mutilados a quienes ha
sido impuesta la atroz dicotomía de tener una sola vida y los deseos y
fantasías de desear mil. Ese espacio entre nuestra vida real y los deseos y las
fantasías que le exigen ser más rica y diversa es el que ocupan las ficciones. (...)
Esa es la verdad que expresan las mentiras de las ficciones: las mentiras que
somos, las que nos consuelan y desagravian de nuestras nostalgias y
frustraciones.”
[...]
“La ficción
es un sucedáneo transitorio de la vida. El regreso a la realidad es siempre un
empobrecimiento brutal: la comprobación de que somos menos de lo que soñamos; a
la vez que aplacan transitoriamente la insatisfacción humana, las ficciones
también la azuzan, espoleando los deseos y la imaginación. (...) Es
comprensible, por ello, que los regímenes que aspiran a controlar totalmente la
vida, desconfíen de las ficciones y las sometan a censuras. Salir de sí mismo,
ser otro, aunque sea ilusoriamente, es una manera de ser menos esclavo y de
experimentar los riesgos de la libertad.”
II
“Las cosas
no son como las vemos sino como las recordamos” escribió Valle Inclán.” (...)
“Para casi todos los escritores, la memoria es el punto de partida de la
fantasía, el trampolín que dispara la imaginación en su vuelo impredecible
hacia la ficción. Recuerdos e invenciones se mezclan en la literatura de
creación de manera a menudo inextricable para el propio autor, quien, aunque
pretenda lo contrario, sabe que la recuperación del tiempo perdido que puede
llevar a cabo la literatura es siempre un simulacro, una ficción en la que lo
recordado se disuelve en lo soñado y viceversa.”
[...]
“Sólo la
literatura dispone de las técnicas y poderes para destilar ese delicado elixir
de la vida: la verdad escondida en el corazón de las mentiras humanas.” (...)
“Porque la vida real, la vida verdadera, nunca ha sido ni será bastante para
colmar los deseos humanos.” (...) Pero la imaginación ha concebido un astuto y
sutil paliativo para ese divorcio inevitable entre nuestra realidad limitada y
nuestros apetitos desmedidos: la ficción. Gracias a ella somos más y
somos otros sin dejar de ser los mismos
[...]
“Jugar a las
mentiras, como juegan el autor de una ficción y su lector, a las mentiras que
ellos mismos fabrican bajo el imperio de sus demonios personales, es una manera
de afirmar la soberanía individual y de defenderla cuando está amenazada; de
preservar un espacio propio de libertad, una ciudadela fuera del control del
poder y de las interferencias de los otros, en el interior de la cual somos de
veras los soberanos de nuestro destino.” (...) Lo que somos como individuos y
lo que quisiéramos ser y no pudimos serlo de verdad y debimos por lo tanto
serlo fantaseando e inventando –nuestra historia secreta- sólo la literatura lo
sabe contar. Por eso escribió Balzac que la ficción era “la historia privada de las
naciones.”
La literatura y la vida
“Quisiera
formular algunas razones contra la idea de la literatura como un pasatiempo de
lujo y a favor de considerarla, además de uno de los más enriquecedores quehaceres
del espíritu, una actividad irremplazable para la formación del ciudadano de
una sociedad moderna y democrática, de individuos libres, y que, por lo mismo,
debería inculcarse en las familias desde la infancia y formar parte de todos
los programas de educación como una disciplina básica.” (...) “Se aprende a
hablar con corrección, profundidad, rigor y sutileza, gracias a la buena
literatura, y sólo gracias a ella. Ninguna otra disciplina, ni tampoco
rama alguna de las artes, puede sustituir a la literatura en la formación del
lenguaje con que se comunican las personas.” (...) “Hablar bien, disponer de un
habla rica y diversa, encontrar la expresión adecuada para cada idea o emoción
que se quiere comunicar, significa estar mejor preparado para pensar, enseñar,
aprender, dialogar, y, también, para fantasear, soñar, sentir y emocionarse.”
(...) “En lo relativo al amor, sublimó los deseos y dio categoría de creación
artística al acto sexual. Sin la literatura, no existiría el erotismo. El amor
y el placer serían más pobres, carecerían de delicadeza y exquisitez, de la
intensidad que alcanzan educados y azuzados por la sensibilidad y las fantasías
literarias. No es exagerado decir que una pareja que ha leído a Garcilaso, a
Petrarca, a Góngora y a Baudelaire ama y goza mejor que otra de analfabetos
semiidiotizados por los programas de la televisión. En un mundo aliterario, el
amor y el goce serían indiferenciables de los que sacian a los animales, no
irían más allá de la cruda satisfacción de los instintos elementales: copular y
tragar.”
[...]
“La buena literatura, a la vez que apacigua momentáneamente
la insatisfacción humana, la incrementa, y, desarrollando una sensibilidad
crítica inconformista anta la vida, hace a los seres humanos más aptos para la
infelicidad. (...) Esto es probablemente cierto; pero también lo es que, sin la
insatisfacción y la rebeldía contra la mediocridad y la sordidez de la vida,
los seres humanos viviríamos todavía en un estadio primitivo, la historia se
hubiera estancado, no habría nacido el individuo, ni la ciencia ni la
tecnología hubieran despegado, ni los derechos humanos serían reconocidos, ni
la libertad existiría, pues todos ellos son criaturas nacidas a partir de actos
de insumisión contra una vida percibida como insuficiente e intolerable. Para
este espíritu que desacata la vida tal como es, y busca, con la insensatez de
un Alonso Quijano, cuya locura, recordemos nació de leer novelas de
caballerías, materializar el sueño, lo imposible, la literatura ha servido de
formidable combustible.”
“Hagamos un
esfuerzo de reconstrucción histórica fantástica, imaginando un mundo sin
literatura, una humanidad que no hubiera leído poemas ni novelas.” (...) Habría
locos, víctimas de paranoias y delirios de persecución, y gentes de apetitos descomunales
y excesos desaforados, y bípedos que gozarían recibiendo o inflingiendo dolor,
ciertamente. Pero no habríamos aprendido a ver detrás de esas conductas
excesivas, en entredicho con la supuesta normalidad, aspectos esenciales de la
condición humana, es decir, de nosotros mismos, algo que sólo el talento
creador de Cervantes, de Kafka, de Rabelais, o de Sade nos reveló. Cuando
apareció el Quijote, los primeros lectores se mofaban de ese iluso
extravagante, igual que los demás personajes de la novela. Ahora, sabemos que el empeño del Caballero de la Triste Figura en ver
gigantes donde hay molinos y hacer todos los disparates que hace es la más alta
forma de la generosidad, una manera de protestar contra las miserias de este
mundo y de intentar cambiarlo. Las nociones mismas de ideal y de idealismo, tan
impregnadas de una valencia moral positiva, no serían lo que son valores
diáfanos y respetables, sin haberse encarnado en aquel personaje de novela con
la fuerza persuasiva que le dio el genio de Cervantes. Y lo mismo podría
decirse de ese pequeño quijote pragmático y con faldas que fue Emma Bovary, que
luchó también con ardor por vivir esa vida esplendorosa, de pasiones y lujo,
que conoció por las novelas y que se quemó en ese fuego como la mariposa que se
acerca demasiado a la llama. Como las de Cervantes y Flaubert, las invenciones
de todos los grandes creadores literarios, a la vez que nos arrebatan a nuestra
cárcel realista y nos llevan y traen por mundos de fantasía, nos abren los ojos
sobre aspectos desconocidos y secretos de nuestra condición, y nos equipan para
explorar y entender mejor los abismos de lo humano. Decir “borgiano” es
inmediatamente despegar de la rutinaria realidad racional y acceder a una
fantástica, rigurosa y elegante construcción mental, casi siempre laberíntica,
impregnada de referencias y alusiones librescas, cuya singularidad no nos es,
sin embargo, extraña, porque en ella reconocemos recónditas apetencias y
verdades íntimas de nuestra personalidad que sólo gracias a las creaciones
literarias de un Jorge Luis Borges tomaron forma. El adjetivo kafkiano viene
naturalmente a nuestra mente, (...) cada vez que nos sentimos amenazados, como
individuos inermes, por esas maquinarias opresoras y destructivas que tanto
dolor, abusos e injusticias han causado en el mundo moderno: los regímenes
autoritarios, los partidos verticales, las iglesias intolerantes, las
burocracias asfixiantes. (...) El adjetivo “orwelliano”, alude a la angustia
opresiva y a la sensación de absurdidad extrema que generan las dictaduras
totalitarias del siglo XX, las más
refinadas, crueles y absolutas de la historia, en su control de los actos, las
psicologías y hasta los sueños de los miembros de una sociedad.”
[...]
“La
irrealidad y las mentiras de la literatura son también un precioso vehículo
para el conocimiento de verdades profundas de la realidad humana.” (...) La
literatura, no la ciencia, ha sido la primera en bucear las simas del fenómeno
humano y descubrir el escalofriante potencial destructivo y autodestructor que
lo conforma.” (...)
“Incivil,
bárbaro, huérfano de sensibilidad y torpe de habla, ignorante y ventral, negado
para la pasión y el erotismo, el mundo sin literatura de esta pesadilla que
trato de delinear tendría, como rasgo principal, el conformismo, el
sometimiento generalizado de los seres humanos a lo establecido. Sería un mundo
animal. Los instintos básicos decidirían las rutinas cotidianas de una vida
lastrada por la lucha por la supervivencia, el miedo a lo desconocido, la
satisfacción de las necesidades físicas, en la que no habría cabida para el
espíritu y en la que, a la monotonía aplastadora del vivir, acompañaría como
sombra siniestra el pesimismo, la sensación de que la vida humana es lo que
tenía que ser y que así será siempre, y que nada ni nadie podrá cambiarlo.
Cuando se imagina un mundo así, hay la tendencia a identificarlo de inmediato
con lo primitivo y el taparrabos, con las pequeñas comunidades
mágico-religiosas que viven al margen de la modernidad en América Latina,
Oceanía y África.”
[...]
“Si queremos
evitar que con la literatura desaparezca, o quede arrinconada en el desván de
las cosas inservibles, esa fuente motivadora de la imaginación y la
insatisfacción, que nos refina la sensibilidad y enseña a hablar con elocuencia
y rigor, y nos hace más libres y de vidas más ricas e intensas, hay que actuar.
Hay que leer los buenos libros, e incitar y enseñar a leer a los que vienen
detrás, como un quehacer imprescindible, porque él impregna y enriquece a todos
los demás.”
Profesora:
Carmen Alonso González.
Extractos
del Ensayo: La verdad de las mentiras. Mario Vargas Llosa. Ed.
Alfaguara. Barcelona 1990 y 2003 (edición revisada por el autor.)